Cantaré a la Noche, engendradora de dioses y hombres, [la Noche es el
origen de todo; también llamémosla Cipris] ; escúchame, diosa feliz, de
oscuro resplandor, como el brillo de las estrellas, que disfrutas con la
tranquilidad y la soledad que proporciona un sueño profundo; jovial,
deleitosa, vigilante durante toda la noche, madre de los sueños, amable
eliminadora de las preocupaciones con el olvido, dueña de la calma de
las fatigas; otorgadora del sueño, amiga de todos, conductora
de caballos, resplandeciente durante la noche, imperfecta, esto es, en
sí terrenal y celeste a la vez. Con movimientos circulares danzas en
persecuciones que recorren los aires, tú, que despides la luz al
Tártaro y, a tu vez, te refugias en el Hades, porque la terrible
necesidad lo domina todo. Ahora, afortunada, te invoco, felicísima y
grata a todos, acogedora, escucha mis voces de súplica, ven propicia, te
lo ruego, y aleja los temores que aparecen al resplandor de la noche.
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