Me acorde, de los tiempos en los que existía un rey una princesa
donde existieron amores clandestinos
fuertes como para derrotar un imperio,
como para traicionar a la familia,
idílicos como el amor profesado a la Reina Ginebra por Lancelot,
o el insuperable amor de Tristan a la Reina Iseo,
tan prohibidos como faltarle a Dios.
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