lunes, noviembre 20, 2017

Se sabe que la música es como el alcohol: quizá por eso se lleven bien. Quizá, además de sus mutuos poderes contradictorios, productores de recuerdo y de olvido, de ofrenda y de venganza, de placer y de dolor, música y alcohol compartan su capacidad de medium: a través de ellos también hablan los muertos y a través de ellos, en el fondo de una botella o en el eterno playback de una canción, buscamos las respuestas a los enigmas irresueltos del pasado y a las posibilidades del hubiera. Por eso música, poesía y alcohol comparten esa semilla aristotélica: el poder de imaginar, la construcción de discursos de lo que sería posible pero no es.

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