Pensaba
esta noche en la definición de Santa Teresa que tanto éxito tuvo y que
reza: "La vida es una mala noche en una mala posada". Está muy bien
hecha, mezclando en su punto la angustia existencial con el contemptus mundi con el lenguaje coloquial y el humor que desactivan la amargura por elevación, paradójicamente. Una frase redonda.
En
mi mala noche en mi buena casa, en mi buena cama, pensaba que la
posada, aunque nos trae los ruidos y las incomodidades de una venta de
Juan Palomeque a la memoria, está para recordarnos que en la vida
estamos apenas de paso. La frase transpira lo tácito: el alivio de ver
amanecer y de coger la puerta de la venta y dejarla atrás.
La
mala noche en casa propia tampoco es manca, y no tiene, encima, el
resquicio de la esperanza. Sería una definición mucho más ajustada para
un materialista: "La vida es una mala noche en una casa sin salida".
Para
el que no muere porque no muere, sino que está bien aquí, aunque a los
órdenes de la superioridad, para el que ama el mundo apasionadamente,
la vida son noches buenas y noches malas en una casa estupenda, que
tendrá necesariamente una salida, antes o después, y a una casa mucho
mejor, pero que no hay prisa, porque el viaje sí será fastidioso y hacer
las maletas ha sido siempre un horror.
La
mala noche en buena casa tiene más afilado el contraste que en la mala
posada, pero no será tan grave, porque, a esas alturas del monólogo
interior, me quedé dormido.
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