viernes, julio 04, 2008

La Sra. Finigan

A cada minuto, a cada hora que pasa, me sigo atormentando con un torbellino d eideas y expectativas, que se quedaron sin responder aquélla espantosa tarde en la que salí corriendo de la casa d ela Señora Finigan. Fue tan espantosolo que vi, que aún sigo pensando fue solo una pesadilla. Sin embargo, las pruebas que tengo, y ahora me atrevo a mencionar, comprueban que fueron sucesos totalmente reales.

Todo comenzó cuando decidí pasar un tiempo en la casa de un tía, que siempre me recibía con los brazos abiertos, sin esperar nada a cambio.

Ese verano había tomado tal decisión debido a unos problemas, en los que cualquier persona me veía cuidando siempre a mi hermana pequeña de 3 años.

En ese entonces yo constaba de 14 años, me encantaba leer y salir a veces por las tardes a sentarme en el parque detrás de mi casa a escribir pequeños cuentos de ficción, terror y hasta de aventuras debido a los libros que había leído (Edgar Allan Poe, Arthur Machen, H.P. Lovecraft, Arturo Perez Reverte, Dumas, Conan Doyle, entre otros)

Así que cuando me fui ala casa d emi tía, mis actividades cotidianas o espontáneas no se detuvieron; Y mientras mis primos jugaban futbol con sus amigos en la calle, yo me dedicaba a sentarme en la orilla de la banqueta a leer o escribir los temas ya comentados.

Una tarde mientras leía tranquilamente “El Club Dumas” de Arturo Pérez-Reverte, a lo lejos vi una pobre anciana, que batallaba con sus bolsas del supermercado ubicado a unas cuantas cuadras de ahí. Así que guardando el libro en una mochila que llevaba a todas partes (en la que guardaba una libreta donde escribía bosquejos de cuentos) Y viendo que mis primos estaban a apunto de golpearla con el balón, me levanté y caminé lentamente hacia ella.

-¿Le puedo ayudar señora?- Le pregunté al llegar junto a ella.

-Si señorita muchas gracias- contestó mirándome con una extraña sonrisa que me hizo recordar un fragmento del cuento “El terrible anciano”

-Me Permite?- Proseguí tomando sus bolsas

La Sra. Finigan, ya que poco tiempo después me enteré que así se llamaba, era una vieja de mediana estatura, un poco encorvada y con una nariz aguileña que me hacia sentir que la anciana era un ser respetable, pero a la vez algo perverso, pero a pesar de todo la acompañé hasta su casa que se encontraba en la siguiente calle de la que vivía mi tía y coloqué sus bolsas en uno de los sofás de su sala-comedor.

-Sientate jovencita- argumentó la vieja con la misma sonrisa repulsiva carente de chiste.

-Si señora muchas gracias- dije viendo mi alrededor descubriendo varios objetos extraños que nunca antes había visto, o recordaba de una vida pasada.

-Lamento haber interrumpido tu lectura- continuó ofreciéndome un vaso con agua de un sabor poco común- ¿Gustarías quedarte a comer?- preguntó comenzando a sacar sus cosas recién compradas.

-Oh no muchas gracias- contesté un poco incomoda mientras miraba una peculiar figura de piedra pómez que se encontraba en la mesita de centro- Lamento rechazar su oferta pero en estos momentos mi tía me ha de estar buscando para que coma-

-Entonces permíteme te dé las gracias obsequiándote un tazón de fruta- dijo mientras se iba hacia la cocina, haciendo a un lado a un pequeño gato color café de ojos grandes y bonitos mostrando un color verde grisáceo, que hasta ese momento no hbía notado.

-Gracias- volví a responder mientras miraba al gato que me tímidamente se había acercado a mí.

Tomando al gato lo coloqué a la altura de mis ojos para mirar los suyos, y me di cuenta era un animal muy peculiar, sus ojos me hacían sentir como si este me quisiera decir algo y experimentando una rara sensación de advertencia, lo dejé sobnre el sofá , mientras miraba un estante de libros con títulos extraños: “ Preámbulo de la magia” por Amber K, “el Kybalión” por Tres iniciados, leí en otro en el momento que entraba la Señora Finigan con un tazón lleno de fruta picada en ángulos extraños.

-Toma querida- dijo con voz melosa

-Gracias- contesté tomando el tazón analizando que la señora Finigan era sumamente extraña, tenía libros que alguna vez escuche mencionar a un amigo de Universidad, como libros prohibidos y condenados, aparte de las extrañas sensaciones que su cara y sus movimientos me producían, eran vacíos carentes de sentido, me causaba repugnancia, pero a la vez una especie de fascinación incomprensible, aunque tal ves solo eran aspectos sin importancia .que mi mente imaginativa asociaba con tantas cosas leídas.

-La fruta sabía extraña, pero no queriendo ser grosera , me la comí poco a poco mientras la Señora me contaba sobre su soledad, sus gatos (ya que el café no era el único) y en general acerca de su pasado y presente, ambos monótonos.

Al fin me terminé la fruta y prometiendo regresar a verla, regresé a la casa de mi tía.

Todos los días acudía a verla, y todos los días me daba algún aperitivo de extraño sabor, mientrasseguía escuchando sobre su vida. Poco a poco perdí la costumbre de escribir , salvo mi pasatiempo de lectura, que ahora era por las noches mientras mis familiares dormían. Más este también fue disminuyendo, ya que cada vez pasaba más tiempo en la casa de la Señora Finigan, escuchando sus leyendas y cuentos sobre seres asombrosos relativos a su vida fascinándome cada vez más por su manera inexpresiva de moverse, hablar e inscluso sonreír.

A pesar de todo con el paso del tiempo me fui acostumbrando al sabor de sus obseuios( que extrañamente me causaban un genio y sueño atroz)y sin comprender porque, la vieja ya no me parecía tan repulsiva ni extraña, esas opiniones me eran ahora totalmente indiferentes; Cada día me encariñaba más con ella y con Mildred la gatita café (que ahora sabía era una gata), mas había en los ojos de esta una expresión que siempre me había parecido conocida, una expresión que no era totalmente animalesca.

Una tarde mientras el sueño me vencía y la anciana había ido por un poco de helado a la cocina, tomé a Mildred y levantándola una vez más a la altura de mis ojos, para mirar los suyos, entonces fue cuando recordando la extraña manera de actuar dela vieja, los extraños libros en los estantes, las figuras raras sobre los muebles y el asqueroso sabor de los aperitivos, me di cuenta de todo. Los ojos que miraba en ese instante no eran comunes, expresaban dolor y miedo, los ojos que miraba en ese instante no eran de un animal doméstico, eran d euna mujer, una mujer ya vieja, una mujer que ahora estaba encerrada en ese frágil cuerpo de gato, mientras un ser desconocido y de suma inteligencia usurpaba el suyo.

Totalmente asustada dejé la gata sobre el sofá y me acerqué cautelosamente la entrada de la cocina, esta despedía un olor fétido inaguantable, y caminando lentamente a la estufa descubrí alado de esta, un libro abierto con una leyenda que nunca olvidaré y con l dibujo de ls verdadera identidad de la repulsiva vieja usurpadora de cuerpos inocentes ayudándose de pociones y ritos para guardar las almas de sus víctimas en animales que siempre les acompañarán.

Eso fue lo que vi mientras la usurpadora de cuerpos se encontraba de espaldas vaciando una sustancia gelatinosa al helado que me serviría, al parecer la próxima sería yo. No sé como salí de esa cocina tan silenciosamente sin ser descubierta, tampoco se como abrí la puerta de la casa que momentos antes la anciana había atrancado, solo recuerdo la espantosa escena de la cocina y cuando corrí por toda la calle rumbo a la casa de mi tía, con la pequeña gata en brazos que aún conservo como fiel compañera. Nunca volví a caminar por ahí, nunca volví a saber de aquélla vieja sinistra junto con su terrible sonrisa, usurpadora de almas y cuerpos.