Cautivante amante y amada,
deidad de muerte y vida,
incesante y ausente de lo que es,
de lo que fue y será.
Esperando a ocurrir,
infinitamente ven y llévame
donde los huesos son blancos y la carne es un puñado de gusanos,
qué necesidad existe de habitar donde no suspiran ni las tristezas.
Muerte de tela blanca,
trae en tus labios mi mortaja,
bésame que el frio lentamente asesina
los restos de la ternura
mientras danzamos en las orillas del mundo
el triste vals de otoño.