sábado, julio 08, 2017

La gente no quiere saber por qué pasó nada, sólo qué pasó y que el mundo está lleno de imprudencias, peligros, amenazas y mala suerte que a nosotros nos rozan y en cambio alcanzan y matan a nuestros semejantes. Se convive sin problemas con mil misterios irresueltos que nos ocupan diez minutos por la mañana y a continuación se olvidan sin dejarnos escozor ni rastro. Precisamos no ahondar en nada, que se nos desvíe la atención de una cosa a otra y que se nos renueven las desgracias ajenas, como si después de cada una pensáramos: 'Ya, qué espanto, ¿de qué horrores nos hemos librado?' A diario necesitamos sentirnos, por contraste, supervivientes inmortales

  En nuestra verdadera y dichosa esencia de mente sabemos que todo está bien para siempre y para siempre y para siempre… escucha el silencio dentro de la ilusión del mundo, y recordarás la lección que olvidaste. Todo es una sola vasta cosa despierta. Nunca realmente nacimos, nunca realmente moriremos. No tiene que ver con una idea imaginaria de un ser personal otros seres, muchos seres en todos lados: ser es sólo una idea, una idea mortal. Aquello que pasa hacia todas las cosas es una sola cosa. Es un sueño que ya acabó.
En los siglos XVII y XVIII se llamaba refresco al alimento moderado o refrigerio que se tomaba para reparar fuerzas o a modo de colación. Había un refresco sencillo compuesto de queso y vino. Era propio de gente del campo. Otro tipo, más refinado, se servía con bebidas frías, dulces y chocolate. El beber frío era obligado y muy del gusto de todos los españoles de la época, muy dados a frecuentar las botillerías. La polémica sobre si era bueno o perjudicial ingerir bebidas heladas se mantuvo durante siglos. Para enfriar las bebidas se traía nieve de las sierras cercanas y se vendía en los mercados -como producto de primera necesidad y a precios populares- durante el período estival. En los Anales de la Plaza de Toros de Sevilla del marqués de Tablantes se dan cumplidas referencias de los refrescos ofrecidos por los maestrantes a los invitados a los festejos taurinos. En 1730 consta que " los diputados gastaron en su balcón 50 libras de dulce a tres reales, tres garrafas de frío a 25 y otras 3 de agua clara a 3 reales". En las cuentas de 1734 se da cuenta del gasto en los siguientes agasajos: 16 arrobas de bizcochos, de diversas calidades, a 29 cuartos la libra, y ocho libras de panales de espumilla del maestro confitero José Gutiérrez. Costó el refresco 1.114 reales, a lo que había que añadir 980 más de 32 garrafas de helados. Los panales- que también aparecen en las cuentas de 1737, 1740 y 1741- eran azucarillos o panes de azúcar. En 1740 el dulce, fino o basto, procedía de determinadas confiterías y de las cocinas de algunas mujeres que lo elaboraban con especial esmero.