En
Verges se usa el pequeño pueblito de escenario cada Semana Santa para
representar una joya histórica: una danza de la muerte que se conserva
desde la Edad Media, cuando se asociaba a las epidemias de peste negra,
en la que diez esqueletos bailan al son de un timbal para recordar que
nadie está exento de acabar sus días en este mundo.
La Danza de la Muerte es un cuadro con mucha simbología de características ancestrales y únicas, integrado dentro de la Procesión de Verges, la componen diez personajes. El cuerpo principal del grupo lo integran la Guadaña, líder del grupo, que lleva en la guadaña la inscripción Nemini parco (no perdona a nadie); la Bandera, que es el portador de una bandera negra con la inscripción “lo temps és breu” (el tiempo es breve). Los Platillos, dos esqueletos niños que llevan un platillo con ceniza, y el Reloj, otro esqueleto niño que lleva un antiguo reloj sin agujas. Bailan al sonido de un tambor colocados en forma de cruz. Les siguen cuatro personajes más, los cuales, con antorchas, iluminan el cuadro y aportan el aire tétrico que le da sentido.
El Jueves Santo es el único día en el que esta particular procesión, sobre la que se hallaron documentos en el Obispado de Girona que datan de 1666, se escenifica para avisar de que nadie escapa a la cita con el más allá.
La Danza de la Muerte es un cuadro con mucha simbología de características ancestrales y únicas, integrado dentro de la Procesión de Verges, la componen diez personajes. El cuerpo principal del grupo lo integran la Guadaña, líder del grupo, que lleva en la guadaña la inscripción Nemini parco (no perdona a nadie); la Bandera, que es el portador de una bandera negra con la inscripción “lo temps és breu” (el tiempo es breve). Los Platillos, dos esqueletos niños que llevan un platillo con ceniza, y el Reloj, otro esqueleto niño que lleva un antiguo reloj sin agujas. Bailan al sonido de un tambor colocados en forma de cruz. Les siguen cuatro personajes más, los cuales, con antorchas, iluminan el cuadro y aportan el aire tétrico que le da sentido.
El Jueves Santo es el único día en el que esta particular procesión, sobre la que se hallaron documentos en el Obispado de Girona que datan de 1666, se escenifica para avisar de que nadie escapa a la cita con el más allá.