Siento que cada medio día, buceo en el fuego. Me sumerjo en una
tempestad de llamas que me abrasa, que me despelleja por dentro.
Las corrientes de convección me arrastran al fondo del averno. Siento
como unas pesadas cadenas de plomo hirviente, me retienen privándome de
libertad.
Es el recuerdo que me acecha y me inmoviliza en esa hoguera expiatoria
del sufrimiento.
Y el bálsamo de la noche.
Qué diferente del invierno.
La noche, con su refrescante aliento, devuelve la vida a mis calcinados
miembros.
Regresan los sentidos a mi cuerpo:
Olfato, para oler la suave fragancia del jazmín; vista, para contemplar
en el recuerdo las sutiles curvas de tu lejana topografía; oído, para gozar con
tu presencia, con tu razonamiento; y tacto, para no perderme nunca en la
oscuridad agarrándome a cada pliegue de tu deseado cuerpo.