miércoles, febrero 07, 2018

Ya saben lo de mi botella de borgoña. Y saben lo de mi reposo vocal absoluto. Lo interesante es que hasta que no pueda hablar no hay ninguna posibilidad de que nos bebamos la botella. Sin conversación no hay borgoña que valga. Para beber solo están los destilados. El vino pide compañía, amor, inteligencia... No es el menor de sus encantos.
Soy un monstruo hermoso,
tengo la belleza de los comunes
y me confundo entre los mortales,
imito sus bondades, sus ternuras,
y aparento ser bueno y caballero;
un monstruo enmascarado
de dulces envenenamientos,
embaucador con mi catálogo a colores
del presente mágico,
perseguidor de inocencias
con que alimento los ogros
de mi pecho pantanoso…
Soy un monstruo irreconocible,
mi cuerno, mi cola,
mis dientes afilados que hieren
y mis garras que matan
los he escondido en este prado
de versos como un señuelo a la ternura;
nadie me ve pasar, nadie se asusta, nadie me huye,
porque tengo pétalos pegados con engrudo
sobre la cara, porque perfumo y lavo
mis pies deformes que cuando cazan huyen,
porque encanto con una sonrisa
cortada de la cara de una mujer,
porque aprendí a hablar y después a gruñir,
porque no saboreo mis heridas
enfrente de todos,
y porque no dejo rastros de sangre
cuando he matado para alimentarme.

Ronco por las noches
como todos los de mi clase,
cruzo con roja y evado la vida
como el resto,
dormimos apilados en pequeños cubos
de cemento y aluminio,
y por cañerías corroídas
vomitamos cada mañana
todo lo bueno que nos haya quedado;
bebemos con vehemencia, fumamos, nos desvestimos
y tenemos cáncer en las pupilas.
Ya no reconozco la belleza,
invado parques sin que se note
mi hedor de monstruo mal herido,
ladro sin soberanía, despeño quijadas,
huelo la ternura y ataco,
sobrevivo de una presa por semanas,
nunca tengo sed, y jamás me trago la ausencia;
Pero soy un monstruo empeñado
en tomar la dulzura por asalto,
en matar la hermosura,
en morder la mano que me alimenta,
porque todo monstruo tiene dueña,
y toda lealtad es traicionada;
Me convierto en el odio de todos,
pero nadie me reconoce.
Soy un monstruo muy bien camuflado,
me mimetizo con los comunes
y en esta trampa de verso maldito
caen espíritus desprotegidos,
almas en pena, inocencias malheridas,
y retratos de vida que conservo con negligencia;
Soy un monstruo que no supo
qué hacer con tanta belleza humana
entre los brazos...
y como todos me iré desterrado
a la tierra de los anémicos
hasta que me devore con canibalidad
este corazón que no supo qué hacer
con tanta belleza entre los brazos
Me asomo con cuidado al fondo del pasillo:
en la oscuridad diviso su perfil corcovado,
su andar pesado, tan extraño al día soleado,
su ventear ruidoso y sus ciegos ojos amarillos.
Me acerco con mucha cautela y miro su pelaje,
las huellas que el tiempo imprimió en sus manos;
su aliento antiguo, exhalado de fondo de pantano
y sus feos pies, marcados por caminos y por viajes.
Se me concedió verlo por un inexplicable arcano;
ahora ya veo sus manchas, y lo miro yo tan viejo
tan glotón, voraz, tan extraño a todo lo humano,
que de lo humano parece sólo un risible reflejo;
muy cerca ya, lo tengo ya al alcance de la mano
y me miro expectante, al fondo opaco del espejo.