"Muerdo el vacío, el espejo donde me miro, donde me beso, donde te amo... Excavo el zumbido de destellos que reforestan tu piel. Alquilo onirismos, una máscara desnuda de noches para colgarla en la pared, frente a frente... Mírame. Desalojo la obediencia para que se revuelque con la ceguedad de la carne y me salgo de mí misma como nacida por gemación... Quiebro los espejos a pleno pulmón y te convoco, profundo, desde el desarraigo del tabú... Deja que me siente sobre tus rodillas, abarcar la frontera de tu cuerpo enhebrándote con la sombra de mis piernas... Deja que toda yo sea un apretado cuaderno contra ti, que sumerja mi boca en la tuya y vierta en ella la respiración angosta, hacia abajo, hacia adentro... Enmudéceme sobre la puerta del anclaje de tu lengua, mientras la esquina de mi vida se hace aceite con la esquina de la tuya... Nequáquam dos vértices sobados desde el anhelo han hecho del ceñirse la divisa fetiche de un deseo abierto de par en par... Así quiero sentirte, secundando el dulce tormento de enredarme enclavada a ti... Ven, alcánzame, embiste mis sentidos hasta que el mundo se suma en una agnosia fuera de lugar. Deja que tu enigma se abra paso entre la vertiente embarrada que desmigaja las humedades de los densos efluvios que tragan las penumbras de este incendio privado... Arde la soledumbre en el canal fecundo de la imaginación y tu nombre es un falo que impulsa el calor encendido en mi adentro, un calor entenebrecido que se hace cántico de juramentos que me atraviesa nutriendo esta tierra que se habita de ti... Ardo y sufro esta distancia sepultable."
Fragmento de "Etiam peccata", Celsa Barja © 2011