Soy —pero a quién le importa, quién sabe lo que soy,
Como a un vago recuerdo me apartan mis amigos;
Soy el que se alimenta con sus propios pesares,
Que suben y se esfuman en multitud de olvidos,
Sombras en los ahogados espasmos del amor,
Y sin embargo soy, semejante a vapores
Lanzados a la nada del desprecio y del ruido,
Al océano vivo de los sueños despiertos,
Donde no hay ni sentido de la vida ni dichas,
Sólo el vasto naufragio de las cosas que estimo;
Y hasta lo más querido —aquello que más amo—
Extraño me es —por cierto, más extraño que todo.
Anhelo esas regiones no holladas por el hombre;
Un lugar en que nunca sonrió o lloró mujer;
Para vivir allí con Dios, mi Creador,
Y dormir dulcemente como dormí de niño:
Yacer sin molestar y sin ser molestado;
Hierba debajo —arriba, la bóveda del cielo.