martes, noviembre 29, 2016

A la persona deprimida no se le vé como un ser que realmente sufre, sino como un wey que, estando en la cima de su productividad laboral, no hace nada porque prefiere vivir inmerso en un mundo de fantasmas inventados por él mismo. Y así, no tiene sentido lo que hace, siente o dice padecer: sufre porque quiere, porque le resulta cómodo, porque le gusta fastidiar
A la persona deprimida no se le vé como un ser que realmente sufre, sino como un wey que, estando en la cima de su productividad laboral, no hace nada porque prefiere vivir inmerso en un mundo de fantasmas inventados por él mismo. Y así, no tiene sentido lo que hace, siente o dice padecer: sufre porque quiere, porque le resulta cómodo, porque le gusta fastidiar
y si no te veo mas, sabre que formas parte de la nudo formado por los hilos de playa y oro y has viajado a esos verdes campos, con montañas impactantes donde el túmulo es solo la puerta, recordare con cariño tu nombre, para que en la fiesta de los ancestros me visites y sigamos encontrándonos en la noche
Tendrías, luna,
que mostrarme una cara
a la ida y otra
a la vuelta. —"Sí, pero
tú nunca vas de vuelta".
El zombi vudú es el primero en ser antologado, y es, como se podría esperar, el zombi clásico, el hombre muerto que es devuelto a la vida por un bokor (o hechicero vudú) y que no es más que un autómata de carne, inofensivo, pero aterrador. Dentro de esta categoría tenemos los relatos: Muertos que trabajan en los campos de caña, de William Seabrook; El país de los que regresan, de Lafcadio Hearn; Yo anduve con un zombi, de Inez Wallace y el más representativo de todos, La plaga de los zombis, de John Burke.
En la segunda sección se retrata al zombi pulp, surgido directamente de las publicaciones de ese tipo, muy populares en los años 20s y 30s. En el zombi pulp la magia aun es motivo de la reanimación, aunque también lo puede llegar a ser (y de hecho lo es con mayor frecuencia) la ciencia. En este subgénero zombi, sin duda el científico loco (mad doctor) es tan importante como el zombi mismo, el cual ya ha dejado de ser inofensivo, para volverse un monstruo en toda regla. Los relatos que vienen en esta parte son: Cuando caminan los zombis, de Thorp McClusky; Herbert West, reanimador, de H. P. Lovecraft; El imperio de los nigromantes, de Clark Ashton Smith y La plaga de los muertos vivientes, de A. Hyatt Verril. Para quienes gustan de la literatura pulp, Lovecraft y Ashton Smith, saltan a la vista como dos de sus grandes exponentes. De esta sección los más representativos serian Herbert West y La plaga de los muertos vivientes, sin duda.
La última recopilación está dedicada al zombi posromero, más cercano al pulp y la ciencia ficción que a su antepasado de Haití. Este tipo de zombi es el heredero de la película de George A. Romero La noche de los muertos vivientes (1968), la cual marcaría para siempre al género. Los relatos que componen esta sección son: Dios salve a la reina, de John Skip & Marc Levinthal; Zaambi, de Ian McDowell; Conexiones, de Simón McCaffery y ¡Levantaos!, de Jay Alamares. Relatos de los más variopinto, sin embargo, me parece que Dios salve a la reina es el más representativo de este género, no sólo por ser una gran historia de reanimados, sino por ser al mismo tiempo una fuerte crítica social (tal como la obra de Romero) y un testimonio de la naturaleza humana al desnudo.
Tal como sucede con toda antología, no todos los relatos serán del agrado del lector, ya que la calidad narrativa y estética es bastante diversa, lo que a la postre resulta positivo, pues amplia el alcance del libro. Tal como sucede con toda edición de Valdemar, esta es fenomenal, muy atractiva para la vista, sobria y a la vez elegante, aunque sumamente cara, lo que no debería impactar negativamente en el interés del lector, puesto que es sin lugar a dudas uno de los libros imperdibles del género zombi.
No dejó de llover en todo el día, pero el mío se complicó. Nada más lejos que una mullida manta de agua. Pero caí en otra o metáfora o hipálage: manta de palos. También tupida, también me calentaba.
La retórica, como un desodorante de anuncio, por más dura que se ponga la jornada, no me abandona.