Odio a los que desean ser felices, pues su fuerza sólo les alcanza para
desearse a sí; odio a los poetas y escritores, pues su fuerza no les
alcanza para destruir sus obras; odio a los cultivadores del cuerpo que
no han probado el deseo de arruinarse; odio a los que adoran al dios que
les promete paz, porque les promete paz, adorando más la paz que al
dios; odio a los que odian de vulgar manera, pues pocos odian por el
placer de odiar pudiendo por su fuerza del odio librarse, mas
conservándolo y aumentándolo no con miras al objeto odiado, no con miras
al sujeto que odia; cualquier sentimiento que busque crear o destruir,
es uno emanado de la debilidad.
viernes, julio 08, 2016
¿Cuál la diferencia entre un discurso racional y un poema? Decir “El
agua hierve a 100 grados” es enunciar un juicio sobre el agua. Decir “El
agua que te agita los poros” es enunciar un juicio sobre el agua.
Dirán, “en el primer caso nos referimos a H2O”. Dirán “en el segundo
caso nos referimos al sudor”. Entonces discurso racional es literal, y
poema emplea metáforas.
Decir “El agua hierve a 100 grados”, es enunciar un juicio sobre el agua H2O. Decir “El agua que entristece los
pastos” es enunciar un juicio sobre el agua H2O. Dirán, “en el primer
caso el predicado “hervir a 100 grados” pertenece al agua”. Dirán, “en
el segundo caso, el predicado “entristecer los pastos” (que parezca que
los pastos lloran al estar mojados) no pertenece al agua”. Entonces
discurso racional predica propiedades apropiadas al objeto, y poema
predica propiedades apropiadas a algo distinto del objeto.
Decir “El agua hierve a 100 grados”, es enunciar un juicio sobre el
agua H2O apropiado. Decir, “El agua hierve a 100 Soles” es enunciar un
juicio sobre el agua H2O apropiado. Dirán, “en el primer caso “grados”
es un concepto convenido para medición del calor”. Dirán, “en el segundo
caso “Soles” no es un concepto convenido para medición del calor”.
Entonces discurso racional obedece a convenciones, y poema no.
Decir “El agua hierve a 100 grados”, es enunciar un juicio sobre el agua H2O apropiado y convenido. Decir “El agua moja moja, si el agua está” es enunciar un juicio sobre el agua H2O apropiado (el agua de hecho moja) y convenido (“mojar” es término convenido). Dirán, “en el primer caso el juicio se limita a referir a una propiedad del agua, una propiedad no trivial”. Dirán, “en el segundo caso hay musicalidad y la propiedad de mojar es trivial”. Entonces, discurso racional es amusical y no trivial, y poema es musical y trivial. (¿Y si yo no sé que el agua moja? ¿Y si “ser H2O” se ha vuelto igual de trivial pues muchos lo saben? Sólo quedando la musicalidad. Siempre será posible darle musicalidad a juicios racionales).
Decir “El agua hierve a 100 grados”, es enunciar un juicio sobre el agua H2O apropiado y convenido. Decir “El agua moja moja, si el agua está” es enunciar un juicio sobre el agua H2O apropiado (el agua de hecho moja) y convenido (“mojar” es término convenido). Dirán, “en el primer caso el juicio se limita a referir a una propiedad del agua, una propiedad no trivial”. Dirán, “en el segundo caso hay musicalidad y la propiedad de mojar es trivial”. Entonces, discurso racional es amusical y no trivial, y poema es musical y trivial. (¿Y si yo no sé que el agua moja? ¿Y si “ser H2O” se ha vuelto igual de trivial pues muchos lo saben? Sólo quedando la musicalidad. Siempre será posible darle musicalidad a juicios racionales).
La gente no quiere saber por qué pasó nada, sólo qué pasó y que el mundo
está lleno de imprudencias, peligros, amenazas y mala suerte que a
nosotros nos rozan y en cambio alcanzan y matan a nuestros semejantes.
Se convive sin problemas con mil misterios irresueltos que nos ocupan
diez minutos por la mañana y a continuación se olvidan sin dejarnos
escozor ni rastro. Precisamos no ahondar en nada, que se nos desvíe la
atención de una cosa a otra y que se nos renueven las desgracias ajenas,
como si después de cada una pensáramos: 'Ya, qué espanto, ¿de qué
horrores nos hemos librado?' A diario necesitamos sentirnos, por
contraste, supervivientes inmortales
En los siglos XVII y XVIII se llamaba refresco al alimento moderado o
refrigerio que se tomaba para reparar fuerzas o a modo de colación.
Había un refresco sencillo compuesto de queso y vino. Era propio de
gente del campo. Otro tipo, más refinado, se servía con bebidas frías,
dulces y chocolate. El beber frío era obligado y muy del gusto de todos
los españoles de la época, muy dados a frecuentar las botillerías. La
polémica sobre si era bueno o perjudicial ingerir bebidas heladas
se mantuvo durante siglos. Para enfriar las bebidas se traía nieve de
las sierras cercanas y se vendía en los mercados -como producto de
primera necesidad y a precios populares- durante el período estival. En
los Anales de la Plaza de Toros de Sevilla del marqués de Tablantes se
dan cumplidas referencias de los refrescos ofrecidos por los maestrantes
a los invitados a los festejos taurinos. En 1730 consta que " los
diputados gastaron en su balcón 50 libras de dulce a tres reales, tres
garrafas de frío a 25 y otras 3 de agua clara a 3 reales". En las
cuentas de 1734 se da cuenta del gasto en los siguientes agasajos: 16
arrobas de bizcochos, de diversas calidades, a 29 cuartos la libra, y
ocho libras de panales de espumilla del maestro confitero José
Gutiérrez. Costó el refresco 1.114 reales, a lo que había que añadir 980
más de 32 garrafas de helados. Los panales- que también aparecen en las
cuentas de 1737, 1740 y 1741- eran azucarillos o panes de azúcar. En
1740 el dulce, fino o basto, procedía de determinadas confiterías y de
las cocinas de algunas mujeres que lo elaboraban con especial esmero.
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