viernes, agosto 26, 2016




Dichoso eres Tiresias, pues tú viste la figura desnuda de Atenea sin perecer. Ella, pese a su pudor, sintió piedad de ti. Tú no has muerto, ni has recibido una piel de cervato, ni te han salido cuernos encima de la frente. Pese a que perdiste la luz de tus ojos, estás vivo. En efecto, ella transfirió a tu espíritu el resplandor que había en tus ojos. Pero la Arquera en su cólera es peor que la Tritogenia. ¿Ojalá huiese tenido una suerte semejante! ¿Ojalá ella misma hubiese atacada mis ojos como lo hizo Atenea, o quien hubiese atacado mis ojos como lo hizo Atenea, o bien hubiese cambiado mi pensamiento junto con mi cuerpo! Pues tengo yo una forma de fiera que es ajena a mi naturaleza y conservo, no obstante, el modo de sentir de un hombre. ¿¡Dónde las bestias gimen su propia muerte?! No, ellas viven privadas de la razón y no piensan en su final. Sólo yo cargo con una mente sensata. Y ahora al morirme, mis ojos de fiera vierten lágrimas llenas de conciencia. Y en este instante mis perros se vuelven más feroces.
Nono de Panópolis, Dionisíacas, V.335s (Gredos, Madrid, 1995).
El monstruo es un error que mancha la perfección del mundo,
Como el polvo que ensucia y es barrida,
engendro cuya deformidad confirma y halaga
nuestra cultura sobre los miembros y los órganos,
la monstruosidad antídoto para sentirse humanos;
la aberración del orden, el desvío,
la violación de la virtud generadora de fetos comidos por la putrefacción del vicio,
las dos cabezas,
las culebras emergentes de vaginas,
los cuerpos cosidos por los genes maculados,
los contrahechos,
las aleaciones de espantos y bestias,
las criaturas abisales,
el miedo, siempre el miedo a lo ignoto,
a la frontera,
a los otros que casi siempre,
una vez más, nos acercan el espejo
el monstruo está siempre en los aledaños;
nos amenaza con el caos,
pues es una ilusión del propio orden que lo agita
y muestra para apuntalar su estabilidad
el monstruo es óxido en las manos lavadas,
es esputo en una pureza únicamente sustentada en el número.