Dichoso
eres Tiresias, pues tú viste la figura desnuda de Atenea sin perecer.
Ella, pese a su pudor, sintió piedad de ti. Tú no has muerto, ni has
recibido una piel de cervato, ni te han salido cuernos encima de la
frente. Pese a que perdiste la luz de tus ojos, estás vivo. En efecto,
ella transfirió a tu espíritu el resplandor que había en tus ojos. Pero
la Arquera en su cólera es peor que la Tritogenia. ¿Ojalá huiese tenido
una suerte semejante! ¿Ojalá ella misma hubiese atacada mis ojos como lo
hizo Atenea, o quien hubiese atacado mis ojos como lo hizo Atenea, o
bien hubiese cambiado mi pensamiento junto con mi cuerpo! Pues tengo yo
una forma de fiera que es ajena a mi naturaleza y conservo, no obstante,
el modo de sentir de un hombre. ¿¡Dónde las bestias gimen su propia
muerte?! No, ellas viven privadas de la razón y no piensan en su final.
Sólo yo cargo con una mente sensata. Y ahora al morirme, mis ojos de
fiera vierten lágrimas llenas de conciencia. Y en este instante mis
perros se vuelven más feroces.
Nono de Panópolis, Dionisíacas, V.335s (Gredos, Madrid, 1995).