lunes, noviembre 06, 2017

Arrojo el cuerpo al umbral
a ese lugar donde todo está yermo
allí donde el otro sonríe
cosechando del fuego felicidad
vulgares espantos
conjurando tristezas.

Esa luz es una señal
es la estrella del norte
una aurora sin envejecer
la flor del invierno
ofrenda a un dios muerto.
Cantan arboles
rodeándote en bailes
esperanzas
aullidos distantes como los ojos
quieren un beso
helado que los conmueva como antes.
La distancia

Quiero escuchar
los cuentos
de las princesas
que habitan en los bosques
ellas las que cabalgan en unicornios,
visten de seda en todos los colores,
las de las manos blancas
hermosos ojos
las del semblante fresco.

Quiero perderme en ese mundo de muertos
donde caen mil pétalos de rosas blancas
mientras ellas juegan con cajas
que hacen música,
siempre diferente en el corazón.

Los recuerdos son parte de un tiempo
mientras la noche cae
las estrellas me rozan
cortando mi cuerpo
con sus afilados haces de luz,
iniciando una ofrenda de sangre
me permite entrar
por la puerta de mármol rosa
que me encara crujiendo
cuando se abre en fracciones.

Detrás de un lago inmenso
donde camine
perdiéndome
en las aguas,
despertando de un sueño
gritando eufórico que quería regresar
lo único que encontré
fue un pantano
donde nade,
sin entender que la distancia
entre casa y hogar
es un lago...
donde del otro lado me espera
algo más que un sueño
                       la vida
en el reino de los muertos.
Nuestros padres se amaron antes de llegar nosotros y antes de ellos lo hicieron sus padres. No sabemos si heredamos nuestra forma de amar junto con el color de los ojos. Las alegrías que sentimos, otros las han sentido antes; los errores que cometemos, otros los han cometido antes. Esta es la desconocida tierra de nuestros padres, de la que siempre intentaremos escapar y a la que siempre, sin poder evitarlo, seremos fieles.