miércoles, noviembre 16, 2016

No eres la segunda en mi vida pues no tengo una primera.
No eres mi plan de emergencia pues no tengo un plan para nada.
No eres mi salida por que igual no tengo opciones.
No eres mi prioridad por que ya nada me importa.
No eres la única pero tampoco hay más.
No eres mi luz pero me aclaras las cosas.
No eres mi vida pues vivo por que sí.

No puedo perderme contigo pues no sigo a nadie.
No puedo perderme en el camino pues no voy a ningún lugar.
¿Qué se puede escribir de un libro del que no se conoce su origen, ni quién es su autor, ni en qué lenguaje está escrito, ni qué dice? Pues si buscáis por internet, seguro que encontraréis miles y miles de páginas dedicadas al manuscrito Voynich, con miles y miles de respuestas a estas preguntas (lo escribieron los cátaros, los templarios, los masones, los rosacruces, los atlantes, las hadas, los ángeles… y por supuesto los extraterrestres). Este libro-nada es como un espejo en que cada cual ve lo que lleva consigo, lo que quiere ver, es el instrumento en que se realizan sus sueños y sus obsesiones. ¿No resulta sólo por eso un libro mágico?
Cabrones. Eso es lo que sois: 
unos miserables cabrones. 
(Aunque no sólo vosotros caváis las fosas
desde donde para toda la eternidad 
os van a estar mirando esos niños).
"Cobardes cabrones de mierda" 
es el mejor verso 
que me inspira vuestro delirio. 
(Aunque aquellos que os lo permiten 
tengan mayor pecado).
Pero por más tierra que echéis 
y echéis sobre esos menudos cuerpos, 
jamás podréis quitaros de encima ese olor
nauseabundo de almas putrefactas 
en que os habéis convertido.
Ni caridad ni leches: sois unos mierdas, 
hijos de la gran mierda. 
Y mi poema no puede decir otra cosa 
que esta verdad: vuestra vil inmundicia 
va a suponer vuestro propio fin.
Mientras esos ángeles que enterráis vivos 
seguirán vivos en Dios, eternamente, 
vosotros ya estáis condenados 
a un eterno espanto desde ahora,
cobardes cabrones de mierda.
(Sólo me queda rezar 
sobre esas tumbas -rezar como un niño-,
apretar el alma con los dientes
y dejar allí unas flores. Y un puñetazo 
en la tierra, y en este silencio 
de tantos, de muchos, de demasiados).