Los lamentos y penares
Que me trajeron a estos bares
Se desvanecían entre mentiras, picardías y canciones.
Tus ojos se posaban en los míos
Su mirada me atravesaba
De a poco nos uníamos en un mismo camino
Nuestras almas se deseaban.
Alejándonos del bar nos perdíamos en la oscuridad
La propuesta estaba allí, esperando
Seduciendo, embrujando
Escondida bajo el velo de la complicidad.
El “se podía” se debatía con el “se debía”
Se podía perder la lealtad
Se debía evocar la integridad
Se torcían los conceptos
Se cubría la inseguridad
Se podía aprovechar la ocasión
Se debía tener discreción.
En un ansiado instante lleno de audacia
Nuestra ropa transmutaba en piel
Nos tendimos en la cama sin halagos, sin tregua, sin elegancia
Por mis piernas se escurría la miel.
Te sentía y me olvidaba de lo que era sentirse abandonada
La percibía y me derretía, me abocaba a las caricias
A los roces, los abrazos
A la perfidia
Al desahogo, a la risa, al jolgorio
A la osadía
Al ilícito encanto de la trinidad enardecida.
El asiduo traqueo de la cama
Amenazaba con dejarnos en el suelo
Tu aliento, sus jadeos, mis gemidos se perdían en la nada.
¿Quién podría resistir tanta pasión y desenfrenada?
Bebía el dulce néctar de la flor que se dilataba
Entre acometidas y lamidas
Tu cuerpo y el mío se fusionaban
Su libido, seducida por mis labios, se agitaba.
La rítmica danza de sus caderas me dejaba sorprendida
Yo que nunca había probado las delicias de mi propia fisiología
Me consumían las caricias
Tus brazos, mis senos y su saliva
Era tu lanza entre mis piernas, era su cavidad florecida
Eran las sales de sus jugos, mi capullo, tu arremetida
Era la fechoría
Lo que plasmaba el ilícito encanto de la trinidad enardecida.
Sodomizada me aferraba a su espalda
Me afirmaba, me sostenía
Mientras renacía en el fondo de mi garganta
Un indómito grito de agonía.
Tú caías en el éxtasis
Mi lengua lo aguardaba
Mis manos te exprimían
Su lengua me ultrajaba.
Mi boca de crema se consumía en sus labios
Nuestros dedos de perdían en húmedas hendiduras
Sorbíamos el pálido licor deleitándonos con su textura
Anhelaba que este momento durara años
Me acompañaba, se meneaba, me sometía; era su presa
Se movía al compás del mareo que me dejaba la cerveza.
Cuando todo amenazaba con ser nada y la noche agonizaba
Con mi lengua te despertaba, con mis brazos la envolvía
Me perdía en las caricias
En los besos, los arañazos, en la alegría
En la insolencia, en las lamidas, en la devoción
En la sodomía
En el ilícito encanto de la trinidad enardecida.
Tus ojos se posaban en los míos
Su mirada me atravesaba
De a poco nos uníamos en un mismo camino
Nuestras almas se deseaban.
Alejándonos del bar nos perdíamos en la oscuridad
La propuesta estaba allí, esperando
Seduciendo, embrujando
Escondida bajo el velo de la complicidad.
El “se podía” se debatía con el “se debía”
Se podía perder la lealtad
Se debía evocar la integridad
Se torcían los conceptos
Se cubría la inseguridad
Se podía aprovechar la ocasión
Se debía tener discreción.
En un ansiado instante lleno de audacia
Nuestra ropa transmutaba en piel
Nos tendimos en la cama sin halagos, sin tregua, sin elegancia
Por mis piernas se escurría la miel.
Te sentía y me olvidaba de lo que era sentirse abandonada
La percibía y me derretía, me abocaba a las caricias
A los roces, los abrazos
A la perfidia
Al desahogo, a la risa, al jolgorio
A la osadía
Al ilícito encanto de la trinidad enardecida.
El asiduo traqueo de la cama
Amenazaba con dejarnos en el suelo
Tu aliento, sus jadeos, mis gemidos se perdían en la nada.
¿Quién podría resistir tanta pasión y desenfrenada?
Bebía el dulce néctar de la flor que se dilataba
Entre acometidas y lamidas
Tu cuerpo y el mío se fusionaban
Su libido, seducida por mis labios, se agitaba.
La rítmica danza de sus caderas me dejaba sorprendida
Yo que nunca había probado las delicias de mi propia fisiología
Me consumían las caricias
Tus brazos, mis senos y su saliva
Era tu lanza entre mis piernas, era su cavidad florecida
Eran las sales de sus jugos, mi capullo, tu arremetida
Era la fechoría
Lo que plasmaba el ilícito encanto de la trinidad enardecida.
Sodomizada me aferraba a su espalda
Me afirmaba, me sostenía
Mientras renacía en el fondo de mi garganta
Un indómito grito de agonía.
Tú caías en el éxtasis
Mi lengua lo aguardaba
Mis manos te exprimían
Su lengua me ultrajaba.
Mi boca de crema se consumía en sus labios
Nuestros dedos de perdían en húmedas hendiduras
Sorbíamos el pálido licor deleitándonos con su textura
Anhelaba que este momento durara años
Me acompañaba, se meneaba, me sometía; era su presa
Se movía al compás del mareo que me dejaba la cerveza.
Cuando todo amenazaba con ser nada y la noche agonizaba
Con mi lengua te despertaba, con mis brazos la envolvía
Me perdía en las caricias
En los besos, los arañazos, en la alegría
En la insolencia, en las lamidas, en la devoción
En la sodomía
En el ilícito encanto de la trinidad enardecida.