martes, febrero 28, 2017

Existe un lugar donde van todas las cosas perdidas. Una ciudad hecha con montañas de juguetes rotos, llaves, carteras, paraguas. Un océano de teléfonos móviles con sus pantallas verdosas apagándose y encendiéndose. Hay libros dejados en el metro, monedas, notas de todos los tipos y colores. También a lo lejos pueden verse infancias, voluntades, esperanzas, sueños... alegrías aleteando en bandadas grises.

Incluso hay personas, caminando solitarias por esas calles sin saber muy bien dónde están.

Sobre ese horizonte de rascacielos formados por cosas viejas se abre un cielo oscuro y turbulento. Un remolino que de vez en cuando absorbe aquí y allí alguno de los objetos, si por casualidad son recuperados por sus dueños.

¿Y cómo lo sé? Porque yo he viajado allí, al abismo, en busca de una niña de cabellos rubios y ojos grandes. Para conseguirlo he dejado mi trabajo, he quitado mi nombre del buzón, he abandonado a mis amigos. He borrado cada fragmento de mí de la mente de otros hasta desvanecerme. Y ser nada.

Pero cuando la encuentre tendré que volver de alguna manera, y sólo hay una llave para escapar del olvido: que alguien piense en mí. Por eso te he mandado esta carta. Ahora me conoces. Y aunque sólo sea un segundo me imaginarás allí abajo, mirando hacia las nubes, al torbellino, con ella abrazada a mí, dispuesto a emprender el vuelo. Sólo falta una cosa.

Mi nombre es...
Escuche tu canto del otro lado del mundo
aun cuando el océano distanciaba
como una muralla,
ahí en tu lugar
cantabas como sirena
invocando a Ulises
yo solo me perdí en tu voz…
tratando de llegar a ella…
Será que estoy cansado de forzar el destino para no decir adiós, será que me gusta tirarme de coches en marcha, demonios me envenenan y pierdo la razón. Por un momento el tiempo paró...
Agua de diamantes tu luz en el borde de horizontes que se quiebran;
Dejar quisieras el más bello resplandor.
La alondra que habita en tu pelo ha de expulsar por su garganta una estrella nueva.
Todas tus calles interiores se encienden con las últimas lágrimas doradas del verano.
Las sombras maduras caen de los árboles para darle más espacio a la luz;
Y de ese silencio que de madrugada te llama
Florece un sonido soberbio y engalanado por un cielo recién nacido, parido por una estrella.