martes, agosto 16, 2016

"El revolucionario busca la utopía del futuro (que no será) y el reaccionario, la utopía
del pasado (que nunca fue)". Este aforismo de Tomás Salas me ha regalado un argumento potente para defender mi castigado conservadurismo, tan combatido de un lado, más masivo, y de otro, más selecto. El conservadurismo busca defender lo que es (todavía). Aunque sólo sea por la ontología, he caído ahora, es lo más sólido.
El otro día en Twitter un buen amigo me calificó de reaccionario, y lo soy tan poco, al menos de talante, que no me atrevía a reaccionar y recordarle que soy conservador. Al final, me vino bien, porque, en el tuiteo cruzado, se me recomendó leer a Nelson Rodrigues, y ahí estoy ahora, encantado, con O reaccionário.
Cezanne huía despavorido de sus homenajes. En cierta ocasión, unos amigos quisieron hacerle un homenaje sorpresa. Cezanne les miró horrorizado y echó a correr, literalmente, salió de la casa donde vivía y dejó un cuadro inacabado. Huyó con lo puesto. ¿Sus amigos? Otros pintores. Grandes pintores impresionistas, artistas con los que había compartido varias exposiciones, personas que realmente lo apreciaban y lo valoraban. Pero él los tachó de la lista, inmediatamente pensó que le estaban tomando el pelo, que le gastaban una broma pesada. Les puso una cruz y ya no quiso saber nada más de ellos. Les retiró la palabra. También huyó de París. Volvió a su ciudad natal, a una pequeña ciudad de provincias donde fue ignorado y después, cuando la fama de su éxito llegó, fue atacado, fue rechazado, pues sus habitantes desconfiaban de su éxito tanto como él mismo. Cezanne y sus vecinos de Aix en Provence solo se ponían de acuerdo en una cosa: en la desconfianza.