Los
griegos de la edad clásica conocían varios poemas sobre la guerra entre
los dioses y muchos de los Titanes, la Titanomaquia (‘Guerra de los
Titanes’). El principal de ellos, y el único que ha sobrevivido, fue la
Teogonía atribuida a Hesíodo. Un poema épico perdido titulado
Titanomaquia y atribuido al bardo tracio ciego Tamiris, a su vez un
personaje legendario, era mencionado de pasada en el ensayo Sobre la
música que una vez fue atribuido a Plutarco. Los Titanes también jugaron
un papel prominente en los poemas atribuidos a Orfeo. Aunque sólo se
conservan fragmentos de los relatos órficos, revelan interesantes
diferencias con la tradición hesíodica.
domingo, mayo 26, 2019
Con los ojos cerrados todavía se puede sentir la noche
la oscuridad ciñe esta pérdida de visión,
bruma gélida que hechiza
así que un momento escucho muy cerca
sé que no hay tal cosa como el silencio de la mente,
viene ese pensamiento que se lamenta
en un grito girando fuera de control,
estos sonidos rompen dentro de mí,
los ojos cosidos por el miedo y ya no observo,
voy perdido en este soplo aparentemente intemporal
despacio camino sobre el filo de la guadaña de la muerte.
la oscuridad ciñe esta pérdida de visión,
bruma gélida que hechiza
así que un momento escucho muy cerca
sé que no hay tal cosa como el silencio de la mente,
viene ese pensamiento que se lamenta
en un grito girando fuera de control,
estos sonidos rompen dentro de mí,
los ojos cosidos por el miedo y ya no observo,
voy perdido en este soplo aparentemente intemporal
despacio camino sobre el filo de la guadaña de la muerte.
Virgilio, en el Infierno, para convencer a Minos (si no recuerdo mal),
le da esta definición del Cielo: "el lugar donde se puede lo que se
quiere". Con independencia de la virtualidad argumentativa para
Virgilio, y de la poética (porque Paolo y Francesca, pobres, han querido
lo que no se puede), la definición tiene una gran fuerza didáctica, si
se la lee a través del espejo. La tierra, para tener una vida celestial,
ha de ser el lugar en el que uno quiere lo que puede.
No tengo apenas qué decir.
Ya me gustaría,
pero lo mío es tan poco, tan nadería,
que nadie se pierde nada.
Ya me gustaría,
pero lo mío es tan poco, tan nadería,
que nadie se pierde nada.
Un tipo sentado en un sillón
del cual lo que más llama la atención
son sus zapatos rojos, eso sí, a juego
con esa estupenda encuadernación
de los "Ensayos" de Montaigne.
Ahí, en esa quietud del sábado
y de su luz. Pues eso,
que apenas tengo nada que decir.
del cual lo que más llama la atención
son sus zapatos rojos, eso sí, a juego
con esa estupenda encuadernación
de los "Ensayos" de Montaigne.
Ahí, en esa quietud del sábado
y de su luz. Pues eso,
que apenas tengo nada que decir.
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