Enamorarse, to fall in love, según la feliz expresión inglesa es uno de los ejemplos más sencillos y menos abstractos de instanciación de aquello que Simondon y Deleuze llaman “devenir”. Enamorarse es devenir menor. Esa “debilidad” de la que habla Marías, no debe interpretarse como una falla o una falta. Al enamorado nada le falta y lo que se debilita en realidad es la propia representación que tiene de sí mismo, pierde fuerza, le falta voluntad. Ante el amado todas sus convicciones se vuelven contradictorias o vanas. Se olvida de todos los proyectos y todo se convierte en estar ahí, a la espera del encuentro. A la espera de un encuentro de lo que no sabe qué esperar porque no se puede esperar nada, cualquier expectativa es igual demasiado alta o demasiado inadecuada cuando las cosas salen demasiado bien. Los amantes se sorprenden de que las cosas salieran tan bien; a pesar de la frustración, por otro lado, a nadie sorprende que las cosas terminen mal. A veces se sabe, pero cuando estamos en el enamoramiento sabemos también que no hay salida, no hay solución. Siempre es demasiado pronto, siempre es tarde para estar enamorados.
Hay enamoramientos terribles, enamoramientos cruzados, enamoramientos que revientan, que atraviesan reventando otros enamoramientos y con ellos otros procesos de individuación en curso. Estas pequeñas rupturas se manifiestan en formas de dolor o pena. Los celos del enamorado son su propio proceso que se le escapa, es perder a mi enamorado, es decir, por qué se enamoró de otro y no de mí. Incluso, cabe aquí la pregunta nada vanal del que piensa, ¿por qué no me puedo enamorar? ¿por qué no así? ¿por qué no de él que es tan bueno? El enamoramiento no tiene que ver necesariamente con el amor, tiene una relación paradojal con el amor, casi trágica. Hay formas de enamoramiento que destruyen el amor, que son un peligro para los propios enamorados y revelan una verdad insoportable: la posibilidad de perderse tiene su sesgo creativo, pero también destructivo.
A la más perdida de todas las causas, la más desencausada de todas las aventuras; a esa madre de todas las desventuras. Elogio de la vulnerabilidad, del riesgo.; olvido que se resiste a ser llamado por su verdadero nombre. Este es el manifiesto de la sociedad de los enamorados irredentos. Sin perdón ni paz, que se agitan como locos, que no paran, incluso en el dolor, en los fracasos, de querer estar vivos.