lunes, junio 12, 2017

Los libros me observan. Y yo a ellos. De estante en estante siento su reojo, su llamada. Las "Sonatas" de Valle-Inclán, y la prosa de Cernuda. Esas memorias de Cansinos Assens ("La novela de un literato"), tan querido por Borges, y esa edición de los "Cantos pisanos" del gran Pound, que compré en México D.F. hace ya media vida. Y desde una portada no me quita la vista de encima Eliot, y poco después me detengo en todos esos nutridos tomos de Pizarnick, o en aquella biografía de Baroja -la espléndida de Sebastián Juan Arbó que compré por cinco duros a un gitano. Y Dumas, Delibes, Paz, Montaigne, Bloy, Montale... ¡Tantos libros! Mi vida en su compañía. Su compañía: mi vida. Me reconozco un biblioenamorado que se sienta ante sus libros y respira de nuevo con alivio, feliz.
De capa y espada, armas y letras,
gentil y canalla, gallardo y calavera.
No hay cielo lo bastante alto ni tierra pequeña.
No hay océanos de tiempo
que no surque mi propia bandera.
De Lope, el amor, la rabia de Quevedo,
Espronceda, los Machado, Rocinante y Platero,
vivan las Cortes de Cádiz y el Himno de Riego.
Yo, como Unamuno, contra esto y aquello.
Elegí la disidencia, el motor de mi existencia,
elemento discordante, la voz de tu conciencia.
Escribo a quemarropa en legítima defensa,
no comparto opiniones, dicto sentencias.