martes, marzo 20, 2018

Proserpina
La noche aun es joven y la penumbra es maliciosa,
como si esta quisiera
arrastrarme a una depresión mas perversa, y algo eterna,
las estrellas pierden su filo brillando
no puedo cortarme las entrañas al devorarlas
mis flores mueren buscan tu luz entre los grises
apareces poco unos meses al año
anunciándome la libertad vorágine de realidad consumada
es vida la próxima salida
una escalera de roca negra como la noche en las cavernas
se adorna con flores que tus huellas han hecho crecer
después de que tus pies pisaran la tierra por donde habéis caminado
mueres siempre un poco,
para renacer eternamente
mientras muero sin fallecer agonía
noche de invierno los bosques arden
las luciérnagas son antorchas místicas y las uvas se pudren
solo tu imaginar y la espera en esta noche durante todo un año de mis inviernos
para encontrarte mi primavera.
mi perdición es una noche aun fugitiva sin escaparte
no puedo sostenerte
siento el invierno que se va
no puedo dormir
ya estoy dormido y no puedo despertar jamás he soñado
condenado a esperarte
una ves al año poco tiempo…
en silencio como fantasma encerrado en las rosas
que al marchitarse liberan tu perfume
camino ciego hasta el fin del mundo
de este jardín llamado Orco
ante la interminable locura de la noche
me convierto en Hades para mirarte…
Tallados en las paredes de las iglesias, los portales de las catedrales, pero también pintados en los manuscritos litúrgicos y profanos, los monstruos híbridos -figuras medio humanas y medio animales- aparecen con profusión en el arte de la Edad Media. El hecho de ser tan visibles a través de los medios mencionados hace que con el tiempo lleguen a existir a los ojos de las personas de la época. La imagen, que con su existencia sirve a la fe, es la manifestación visible de un mundo invisible. La frase contemporánea: “ver para creer” se invierte en la época medieval: “Hay que creer para verlo”.