El reloj
En
el siglo XVII el universo mecanicista era descrito como una máquina,
donde el reloj mostraba analógicamente, todas las propiedades de las
leyes que lo regían. El mecanicismo partía de la premisa de que la
realidad se explicaba por una causa eficiente, sin ninguna causa
teleológica, o lo que es lo mismo, que a una acción produce una reacción
directa sin objeto final. La relación causa-efecto predominaba en la
visión del universo mecanicista, cuya propiedad más importante era el
movimiento. Las tres leyes de Descartes sobre el movimiento, donde toda
acción es por contacto y las mismas leyes de Newton, daban pie a la
metáfora del universo como una máquina, que por aquel siglo el reloj era
el exponente perfecto para mostrar ese mecanicismo. De este causalismo
eficiente ha llegado a nuestros días un causalismo instrumental, donde
la realidad y lo material es lo que se puede medir, sin intentar
comprender las otras causas, formal, material y final.
Descartes comprendía que el universo estaba compuesto por una materia extensa, y por tanto, con dimensiones, lo que significaba que era separable. Era la cosa extensa, no amorfa, del ancho, el alto y el largo que componen la extensión de la materia, además de ser una unidad separable. Una materia que por ser extensa no tenía cualidades ocultas, ni fuerzas internas, sino cualidades primarias y secundarias. Unas, como propiedades como el movimiento, figuras, formas y otras, que se aprecian por los sentidos como los colores, sabores, olores. Así, todo era concebido como materia extensa en movimiento. Los animales, los hombres eran explicado mecánicamente, por lo que los autómatas poseían mucha atracción por aquella época, ya que se construían simulando esas partes de la materia extensa, que al fin y al cabo representaban el universo en movimiento.
En este universo mecanicista, la materia del reloj eran los engranajes separables y unitarios, que trasmitían el movimiento. La materia extensa concebida dimensionalmente por las ruedas de engranaje, encadenaban un movimiento, cuya acción se podía medir por las leyes universales y necesarias de la matemática de un modo necesario y determinado. No había lugar para lo aleatorio y la incertidumbre. El universo creado mecanicista era un gigantesco reloj, que actuaba bajo las leyes absolutas de la matemática, moviendo la materia extensa y separable de un modo determinado y preciso. Un universo perfecto creado de una vez, con sus leyes eternas que regirían el movimiento sin deterioro, el reloj sin rozamiento ni desgastes, con parámetros de puntualidad divina. Pero la realidad actual es aleatoria y no determinada.
Con Heisenberg y su principio de incertidumbre en relación a la medida de los mecanismos cuánticos, enseñó que no se puede medir el momento exacto de la desintegración de un núcleo radioactivo. Heisenberg mostró que el universo no está determinado por unas leyes necesarias, sino que es aleatorio, incierto, o como él explica con una regularidad aleatoria. Eintein propuso el concepto de tiempo propio para explicar la relatividad general con la paradoja del reloj. Dos observadores a distintas velocidades, con un reloj cada uno envejecerían de un modo diferente, con la conclusión de que el espacio y el tiempo son relativos a cada observador. Esto implicaba que no existe un universo mecánico absoluto, necesario, determinista para toda materia extensa y separable, sino que el universo es aleatorio, incierto y relativo a cada cual.
Lo curioso es que el primero que explicó que cada uno de nosotros es tiempo fue Descartes ante la duda metódica. Cuando él inició su ejercicio de introspección filosófica, la primera y posiblemente más importante antes del yo existo, es que él era. Es decir, para llegar a la conclusión de que él existía él se dio cuenta que antes había sido algo, tenía un pasado de ser tiempo. Antes de existir Descartes tenía un tiempo propio que era pasado. Con Heidegger el tiempo propio se convirtió en temporalidad extática, pasado, presente y futuro de cada cual.
Heidegger explicaba que el problema de la técnica era el causalismo en base a la relación entre el productor directo de la causa y su efecto, apartando las otras causa. En la metáfora del reloj mecanicista el productor del universo es Dios, pero en el concepto actual de la técnica, se ha sustituido al hacedor universal por el productor local de la causa eficiente. En realidad, las causas son cuatro, que en una nueva metáfora del reloj se pueden describir perfectamente igual. El reloj contiene una causa material, que es la materia que lo constituye. Hoy en día, el desarrollo tecnológico de los relojes se basa en los diferentes materiales de su composición. Acero, titanio, bronce, berilio, carbono, etc., son la causa material de lo que está hecho, siendo tetra partícipe de que la cosa sea. La causa formal es el el diseño, la estética y la forma que adquiere el reloj por parte de su fabricante, la causa eficiente. La causa final es su función, para lo que está destinado a ser. Esta función puede que haya variado y que no sea solamente la medición del tiempo, sino la compresión de las causas que lo implican con respecto a la trascendencia a las leyes necesarias y absolutas, que no plasman la realidad medible.
El reloj es la muestra perfecta de que el tiempo es propio. Es pasado en cuanto envejece con uno mismo. Se deteriora como el cuerpo propio, con su pátina, el desgaste de sus elementos, sus juntas, las rayaduras. El tiempo es movimiento en cuanto se percibe en el reloj de cada uno, pero es propio en cuanto soy yo el que le puedo dar la hora, mi hora, minutos arriba o abajo, sin la perfección de las leyes de la necesidad. Soy yo el que le da cuerda, le doy la energía y la fuerza interior para que funcione, el impulso que lo alimentará mientras yo se lo proporcione en el presente. Yo soy el motor de ese tiempo. El futuro es el mantenimiento que le daré para que las generaciones posteriores puedan seguir comprendiendo que el tiempo es propio, aleatorio por la misma irregularidad de los parámetros de medida que proporciona el reloj mecánico.
Dentro del tiempo propio, la realidad es construida por nosotros mismos. Si la realidad es el existir en el tiempo, se construye gracias a los conceptos que cada uno va construyendo dentro de su proipio proceso de vida. La base conceptual del existir es construir los propios conceptos que nos ayudan a superar la responsabilidad de la vida. Eso es la nueva función del reloj, recordar cada día que el tiempo es de uno, y por tanto, soy yo quien construye la vida, mi vida. No es medir el tiempo sino vivir lo que ha pasado, pasa y pasará. Eso es el tiempo.
Descartes comprendía que el universo estaba compuesto por una materia extensa, y por tanto, con dimensiones, lo que significaba que era separable. Era la cosa extensa, no amorfa, del ancho, el alto y el largo que componen la extensión de la materia, además de ser una unidad separable. Una materia que por ser extensa no tenía cualidades ocultas, ni fuerzas internas, sino cualidades primarias y secundarias. Unas, como propiedades como el movimiento, figuras, formas y otras, que se aprecian por los sentidos como los colores, sabores, olores. Así, todo era concebido como materia extensa en movimiento. Los animales, los hombres eran explicado mecánicamente, por lo que los autómatas poseían mucha atracción por aquella época, ya que se construían simulando esas partes de la materia extensa, que al fin y al cabo representaban el universo en movimiento.
En este universo mecanicista, la materia del reloj eran los engranajes separables y unitarios, que trasmitían el movimiento. La materia extensa concebida dimensionalmente por las ruedas de engranaje, encadenaban un movimiento, cuya acción se podía medir por las leyes universales y necesarias de la matemática de un modo necesario y determinado. No había lugar para lo aleatorio y la incertidumbre. El universo creado mecanicista era un gigantesco reloj, que actuaba bajo las leyes absolutas de la matemática, moviendo la materia extensa y separable de un modo determinado y preciso. Un universo perfecto creado de una vez, con sus leyes eternas que regirían el movimiento sin deterioro, el reloj sin rozamiento ni desgastes, con parámetros de puntualidad divina. Pero la realidad actual es aleatoria y no determinada.
Con Heisenberg y su principio de incertidumbre en relación a la medida de los mecanismos cuánticos, enseñó que no se puede medir el momento exacto de la desintegración de un núcleo radioactivo. Heisenberg mostró que el universo no está determinado por unas leyes necesarias, sino que es aleatorio, incierto, o como él explica con una regularidad aleatoria. Eintein propuso el concepto de tiempo propio para explicar la relatividad general con la paradoja del reloj. Dos observadores a distintas velocidades, con un reloj cada uno envejecerían de un modo diferente, con la conclusión de que el espacio y el tiempo son relativos a cada observador. Esto implicaba que no existe un universo mecánico absoluto, necesario, determinista para toda materia extensa y separable, sino que el universo es aleatorio, incierto y relativo a cada cual.
Lo curioso es que el primero que explicó que cada uno de nosotros es tiempo fue Descartes ante la duda metódica. Cuando él inició su ejercicio de introspección filosófica, la primera y posiblemente más importante antes del yo existo, es que él era. Es decir, para llegar a la conclusión de que él existía él se dio cuenta que antes había sido algo, tenía un pasado de ser tiempo. Antes de existir Descartes tenía un tiempo propio que era pasado. Con Heidegger el tiempo propio se convirtió en temporalidad extática, pasado, presente y futuro de cada cual.
Heidegger explicaba que el problema de la técnica era el causalismo en base a la relación entre el productor directo de la causa y su efecto, apartando las otras causa. En la metáfora del reloj mecanicista el productor del universo es Dios, pero en el concepto actual de la técnica, se ha sustituido al hacedor universal por el productor local de la causa eficiente. En realidad, las causas son cuatro, que en una nueva metáfora del reloj se pueden describir perfectamente igual. El reloj contiene una causa material, que es la materia que lo constituye. Hoy en día, el desarrollo tecnológico de los relojes se basa en los diferentes materiales de su composición. Acero, titanio, bronce, berilio, carbono, etc., son la causa material de lo que está hecho, siendo tetra partícipe de que la cosa sea. La causa formal es el el diseño, la estética y la forma que adquiere el reloj por parte de su fabricante, la causa eficiente. La causa final es su función, para lo que está destinado a ser. Esta función puede que haya variado y que no sea solamente la medición del tiempo, sino la compresión de las causas que lo implican con respecto a la trascendencia a las leyes necesarias y absolutas, que no plasman la realidad medible.
El reloj es la muestra perfecta de que el tiempo es propio. Es pasado en cuanto envejece con uno mismo. Se deteriora como el cuerpo propio, con su pátina, el desgaste de sus elementos, sus juntas, las rayaduras. El tiempo es movimiento en cuanto se percibe en el reloj de cada uno, pero es propio en cuanto soy yo el que le puedo dar la hora, mi hora, minutos arriba o abajo, sin la perfección de las leyes de la necesidad. Soy yo el que le da cuerda, le doy la energía y la fuerza interior para que funcione, el impulso que lo alimentará mientras yo se lo proporcione en el presente. Yo soy el motor de ese tiempo. El futuro es el mantenimiento que le daré para que las generaciones posteriores puedan seguir comprendiendo que el tiempo es propio, aleatorio por la misma irregularidad de los parámetros de medida que proporciona el reloj mecánico.
Dentro del tiempo propio, la realidad es construida por nosotros mismos. Si la realidad es el existir en el tiempo, se construye gracias a los conceptos que cada uno va construyendo dentro de su proipio proceso de vida. La base conceptual del existir es construir los propios conceptos que nos ayudan a superar la responsabilidad de la vida. Eso es la nueva función del reloj, recordar cada día que el tiempo es de uno, y por tanto, soy yo quien construye la vida, mi vida. No es medir el tiempo sino vivir lo que ha pasado, pasa y pasará. Eso es el tiempo.