jueves, diciembre 14, 2017

Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.

Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.
Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.
Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.
“Hoy las arañas me hacen cálidas señas desde
las esquinas de mi cuarto, y la luz titubea,
y empiezo a dudar que sea cierta
la inmensa tragedia
de la literatura”
Leopoldo María Panero
HOY
Hoy no he hecho nada en todo el día.
Salvo engañarme:

la oxidación seguía trabajando,
los castores de la grasa
taponando las arterias,
la vista en el vacío aminoraba
su pérdida veloz. Imperceptible,
tomaba posesión la caries
de aquello que asomaba en el bostezo.
Todo perseveraba en su función
como un soldado japonés
en una isla del Pacífico
al que solo le queda la obediencia
veinticinco años después de rendirse
su ejército:
un seppuku lento y sin sangre.
Jamás se pierde el tiempo: subterráneo,
excava galerías entre el plomo.
Aunque no lo veamos,
nos mina.
Intactos o mordidos,
los gajos pasan.
Aunque tú no mires su esfera,
el engranaje avanza hasta pararse.
Pereza de los labios y la mano,
hoy no he hecho nada en todo el día.
Salvo decirle
adiós a todo apenas sin palabras.
Hoy no he hecho nada en todo el día,
salvo estos versos para el polvo,
la muerte.