sábado, diciembre 24, 2016

Este cuerpo putrefacto
añora un abrazo,
es una necesidad que quema
duele mas que el fuego o las yagas en la piel
rompe mas el alma que cualquier martillo
en la fragua golpeando metal,
que idiota suplicio,
triste maldición,
idílico deseo de ser amado…

Ahora por compasión, un golpe en la cien,
algo que quiebre toda la esperanza
que se termine el humano,
que reine el mounstro
el que sabe no es digno del cariño
de este mundo.
“No hay que renunciar al pasado porque sea malo, sino porque está muerto”
(Tony de Mello)
Efectivamente, no hay que renunciar al pasado: hay que dejarle seguir en el recuerdo, más o menos vivo, pero como invitado silente al que se acude cuando se desea, pero sin que paralice ni estorbe.
El pasado es la forma en que llamamos a todo lo que pasó justo antes de este momento.
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Está compuesto por las vivencias que tuvimos, por los bellos mensajes que nos dejaron las cosas cuando sucedieron, o por las heridas que nos causaron; por las personas que tratamos, y por lo que hicimos y lo que no hicimos.
Se alimenta, casi siempre, de nostalgia o de arrepentimiento.
No tiene entidad, no se puede tocar, ni ver; sólo unas fotos o unos papeles escritos dejan constancia de que una vez fue presente.
Pero el pasado real no es lo que tenemos archivado en la mente, porque ésta siempre se encarga de dar su versión particular, de adjudicar un adjetivo, y de añadir o quitar, según los intereses, en cada uno de esos recuerdos. Además, olvida. O deja que el tiempo redondee las aristas como hacen los ríos con las piedras.
También permite que desde que se crearon los malos recuerdos engorden desaforadamente hasta salirse de su realidad, o que algunos se pierdan para siempre, lamentablemente.
Al pasado acudimos mediante el recuerdo, y por supuesto que tenemos que recordar el pasado, pero con el fin de sentirlo como un fundamento de nuestro ser y como base para el futuro. Eso sí, recordando siempre de forma instantánea, que no está ocurriendo “ahora”.
La mayoría de las veces caemos en la trampa que nos tiende: los momentos del pasado afloran a la mente consciente -parece que esto lo impulsa el deseo de evolución- y tendemos a creer que estamos reviviéndolo. Esto trae el pasado al “ahora” con tal intensidad que lo reemplaza, y entonces perdemos contacto con la correcta prioridad del tiempo. En este caso, la persona tiende a responder a las mismas situaciones con las mismas respuestas, hasta que es consciente de su “ahora” y de su deseo de proceder en el “ahora”.
Es muy importante comprender este último aspecto de su utilización, porque habitualmente acudimos al pasado y nos instalamos en él, que no es lo mismo que traerlo a nosotros para verlo, disfrutarlo o aprender.
Lo explico mejor.
Esta es una representación imaginaria de nuestro paso por los años: partimos de cero y vamos hasta el último. No es correcta del todo, porque no vamos por los años, sino que siempre estamos en el presente, en hoy. Pero para quien siga utilizando esta forma de verlo, y hasta que se dé cuenta de que no es así, le cuento dónde está el error de la utilización del pasado.
Yo estoy en un punto de mi vida (por ejemplo, 40 años) y voy hacia el final (por ejemplo, 80 años). Si me ocupo en
volver al pasado, hacia los 20 años, hacia los 30 años, no avanzo, sino que me estanco o retrocedo.
La actitud correcta es traer esa etapa o situación pasada al día de hoy, que venga ella, que me acompañe durante un momento en mi ser o mi caminar, y, después, ella misma regrese al sitio donde debe estar.
La diferencia entre las dos posturas es evidente: si yo voy a mi pasado y me instalo en él, sintiendo como sentía en el pasado, aferrado a lo que ha pasado, pensando y actuando como en el pasado, no estoy viviendo en mi presente, no sigo creciendo, no conozco nuevas opciones ni otros horizontes.
En cambio, si traigo serenamente con el recuerdo, al día presente, algo que ya ha pasado, sin dejar ni un solo instante de estar aquí, en mi actualidad, yo sigo en mi Camino y el pasado me acompaña durante un rato.
El pasado está lleno de enseñanzas, de las cuales hemos visto algunas y otras quedan escondidas, porque entonces no las vimos.
Nos suele pasar mucho con las situaciones pesarosas del pasado que sólo hemos extraído de ellas el sufrimiento y nos hemos quedado sin coger la lección.
Claro que es bueno volver a traer esas situaciones al presente, pero para examinarlas a la luz serena del presente, y sacar el jugo que llevan, sacar la advertencia o el consejo. No ha de importar hurgar un poco más allá de donde comienza el sufrimiento, porque justo inmediatamente detrás aparece en toda su magnitud la lección de esa experiencia.
Es importante revisar las actitudes del pasado, porque en muchas ocasiones, y sin ser conscientes de ello, estamos actuando de acuerdo con ellas.
La constante repetición de fobias, experiencias y traumas del pasado siguen manteniéndonos en el pasado.
Fíjate: no hay “hábitos” o “automatismos” en el “ahora”, porque el “ahora” está naciendo constantemente; el “ahora” es siempre una nueva experiencia a través de la cual existe un sentimiento de novedad en todas partes.
Traer el pasado al presente, con ánimo de aprendizaje, es una buena decisión, porque es así como podemos encontrar lo que se llama la mente programada. Consiste en darse cuenta de que la educación, las vivencias y los modos de actuar del pasado, si no los actualizamos, siguen mandando en nosotros, haciéndonos funcionar de una manera mecánica y con los datos que nos instalaron entonces.
Podemos estudiar muchas cosas y darnos cuenta de muchas otras, pero si no vamos al origen donde nacen las tomas de decisiones y las formas de acción, el sitio donde está el control de mando, y comprobamos si funciona de forma autónoma e inconsciente, o si somos capaces de actuar de forma fresca y distinta en cada una de las situaciones, nunca sabremos cuánto hay de libertad y de voluntad propia en cada uno de los pensamientos que nos nacen; nunca sabremos quién nos ha dicho lo que tenemos que hacer, por qué y cómo; nunca sabremos cuánto de miedos infantiles o de educación equivocada seguimos arrastrando; nunca sabremos si estamos siendo lo que podríamos ser o si somos regidos por una mente programada que no sabe salirse de la repetición constante de la misma respuesta al mismo estímulo.
Sería bueno preguntarse, ¿Realmente estoy siendo yo?, ¿O esta mente que me habita me gobierna convertida en dictadora?, ¿Seguro que sé distinguir entre yo y mi mente?
Es muy importante ver el pasado desde el presente y tomar plena consciencia y posesión del presente, y reinaugurarlo todo si es preciso: desde una forma distinta de comprender y pensar, hasta una nueva concepción de la manera de sentir o de vivir.
Se debe revisar si en el presente se siguen creyendo y arrastrando cosas del ayer.
Por ejemplo, si tienes un complejo de ser mal dibujante porque en el colegio sacabas malas notas en dibujo… ¿Qué te importa ahora?, ¿Por qué sigues sintiendo dentro de ti una incapacidad que no te sirve para nada, pero que en cambio tiñe una parte de ti de un color sobrio?, ¿Qué importa que en el colegio fueras un mal portero y te metieran muchos goles, y que el resto de compañeros se burlasen de ti?… ya no estás en el colegio… ser mal portero corresponde al pasado… ¿ No podrías perdonarte por aquello y comenzar de nuevo?… ¿ Qué importa que tu madre dijera que eras una mala cocinera porque te costó trabajo aprender?… ¿Acaso no sabes cocinar ahora?… ¿Qué importa que fueras el patito feo del baile, si ahora has descubierto que hay otros tipos de belleza?… ya sabes que no se ha de ser el mejor de todo, ni el más de nada, sino que se ha de ser uno mismo, hasta donde se llegue, hasta donde se pueda…
El pasado puede convertirse en una atadura implacable que lucha con fiereza para mantenernos a su lado; el pasado no nos suelta, como si fuéramos su más codiciada presa; el pasado nos engaña diciéndonos que él es la experiencia, y que ahí podemos estar tranquilos; el pasado engatusa: nos hace creer que nosotros somos el pasado; el pasado desmiente al futuro y proclama que solo él es cierto, y nos embauca recitándonos el refrán que dice que “vale más malo conocido que bueno por conocer”; el pasado nos ata, y nos estanca, nos corta las alas y nos intenta convencer de que no podemos escapar de él, porque contiene y mantiene cosas de la que tenemos que arrepentirnos y por las cuales aún hemos de sufrir un poco más.
Y no es cierto. El pasado no existe. El pasado murió hace tiempo. Lo único que aún queda es el fantasma de su paso, pero hemos tener la seguridad y la paz de saber que no puede seguirnos, ni puede atraparnos, ni puede enviarnos sus demonios… si no estamos abiertos a aceptarlos.
No existen ni el pasado ni el futuro.
Sólo existe el presente.
Vive el presente.
Vive en el presente.
Todo continua viviendo, todo excepto yo, me estoy muriendo, nunca creí que fuera así, digo al menos no para mi, no para Sabbhat, yo soy aquel que salio de las sombras, con su abrigo, cigarro y arrogancia, justo para vérselas con la locura, puedo salvarte, si consumen hasta la ultima gota de tu sangre, alejare tus demonios, los pateare en los huevos y les escupiré cuando estén abajo y entonces estaré de regreso en la oscuridad alejándome con una simple inclinación de cabeza, un guiño y una historia, caminare solo por mi senda ¿quien querría caminar conmigo?
La palabra "moderno" no debería existir, porque en el fondo es un dar por hecho la existencia de un pasado y un futuro que no existen, y todo aquello que es moderno ya lleva en sí el sello del olvido o lo obsoleto. Intentando reivindicar el presente, lo que se consigue es justo el efecto contrario, convertirlo en descartable por etiquetación.
Yo enciendo este fuego en tu honor diosa madre
tu creaste la vida de la muerte; calor del frio;
yo te aclamo diosa madre!
el sol vive una vez mas; el tiempo de luz esta aumentando.
bienvenido mi querido dios del sol!
grandioso dios del sol,
te doy la bienvenida,
que tu brillante luz ilumine nuestra diosa madre,
que tu brillante luz ilumine nuestra tierra,
sembraremos nuestras semillas y fertilizaremos la tierra,
bendiciones para ti mi dios.
Gira, gira, gira la rueda
La llama que se había apagado se encendió.
Rueda y rueda, gira y gira
Retorna, retorna, retorna a la vida; gira y gira.
Bienvenida sea la luz del Sol,
Adiós a las disputas
Rueda y rueda, gira y gira
El señor Sol se muere; el señor Sol vive.
Rueda y rueda; gira y gira.
La muerte abre las manos y nuevas vidas da.
Rueda y rueda por donde va.
Gira, gira, gira la rueda
La llama que se había apagado se encendió.
Rueda y rueda; gira y gira…
Los romanos celebraban el 25 de diciembre la fiesta del "Natalis Solis Invicti" o "Nacimiento del Sol invicto", asociada al nacimiento de Apolo. El 25 de diciembre fue considerado como día del solsticio de invierno, y que los romanos llamaron bruma; cuando Julio César introdujo su calendario en el año 45 a. C., el 25 de diciembre debió ubicarse entre el 21 y 22 de diciembre de nuestro Calendario Gregoriano. De esta fiesta, se tomó la idea del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesucristo. Otro festival romano llamado Saturnalia, en honor a Saturno, duraba cerca de siete días e incluía el solsticio de invierno. Por esta celebración los romanos posponían todos los negocios y guerras, había intercambio de regalos, y liberaban temporalmente a sus esclavos. Tales tradiciones se asemejan a las actuales tradiciones de Navidad y se utilizaron para establecer un acoplamiento entre los dos días de fiesta.
Los germanos y escandinavos celebraban el 26 de diciembre el nacimiento de Frey, dios nórdico del sol naciente, la lluvia y la fertilidad. En esas fiestas adornaban un árbol perenne, que representaba al Yggdrasil o árbol del Universo, costumbre que se transformó en el árbol de Navidad, cuando llegó el Cristianismo al Norte de Europa.
Los aztecas celebraban durante el invierno, el advenimiento de Huitzilopochtli, dios del sol y de la guerra, en el mes Panquetzaliztli, que equivaldría aproximadamente al período del 7 al 26 de diciembre de nuestro calendario. "Por esa razón y aprovechando la coincidencia de fechas, los primeros evangelizadores, los religiosos agustinos, promovieron la sustitución de personajes y así desaparecieron al dios prehispánico y mantuvieron la celebración, dándole características cristianas."
Los incas celebraban el renacimiento de Inti o el dios Sol, la fiesta era llamada Cápac Raymi o Fiesta del sol poderoso que por su extensión también abarcaba y daba nombre al mes, por ende este era el primer mes del calendario inca. Esta fiesta era la contraparte del Inti Raymi de junio, pues el 23 de diciembre es el solsticio de verano austral y el Inti Raymi sucede en el solsticio de invierno austral. En el solsticio de verano austral el Sol alcanza su mayor poder (es viejo) y muere, pero vuelve a nacer para alcanzar su madurez en junio, luego declina hasta diciembre, y así se completa el ciclo de vida del Sol. Esta fiesta tenía una connotación de nacimiento, pues se realizaba una ceremonia de iniciación en la vida adulta de los varones jóvenes del imperio, dicha iniciación era conocida como Warachikuy.
Meán Geimhridh (gaélico tr: pleno invierno) o Grianstad un Gheimhridh (gaélico: solsticio de invierno) es un nombre a veces utilizado para rituales hipotéticos de pleno invierno o celebraciones de las tribus Proto-celtas, tardías y druidas. En los calendarios irlandeses, todos los solsticios y equinoccios se producen en torno al punto medio en cada temporada. El paso y la cámara de Newgrange (pre-celta o, posiblemente, Proto-Celta 3200 a. C.), una tumba en Irlanda, está iluminado por el amanecer del solsticio de invierno. Un eje de luz de sol brilla a través del techo de la tumba sobre la entrada y penetra en el paso de la cámara. El dramático caso de duración de 17 minutos en la madrugada del 19 al 23 de diciembre. El punto de rugosidad es el término para el solsticio de invierno en el País de Gales, que en la antigua mitología galesa, fue cuando Rhiannon dio a luz a lo sagrado hijo, Pryderi.
El Día del Mummer o Día Oscuro como a veces se le conoce, es una antigua celebración de Cornualles de pleno invierno que tiene lugar cada año entre el 26 de diciembre y el día de Año Nuevo en Padstow, Cornualles. Originalmente fue parte del patrimonio pagano de las celebraciones de pleno invierno que regularmente se celebra en todo Cornualles, donde la gente baila ennegreciendo sus rostroso se pone máscaras.
Por un período desconocido, el Lá an Dreoilín o el Día Wren se ha celebrado en Irlanda, la Isla de Man y Gales el 26 de diciembre. Multitudes de personas, llamado wrenboys, toman las carreteras en diversas partes de Irlanda, vestidos con ropa multicolor, con máscaras o trajes de paja y acompañado por músicos supuestamente en recuerdo de la fiesta celebrada por los druidas. Anteriormente, la práctica participan el asesinato de un reyezuelo, y cantando al mismo tiempo llevan el ave de casa en casa, deteniéndose por alimentos y la alegría.
En Inglaterra, durante el siglo XVIII, hubo un resurgimiento del interés en los druidas. Hoy en día, entre los neodruidas, Alban Arthan (galés Luz de invierno, pero derivado del poema galés, Luz de Arthur) se celebra el solsticio de invierno con una fiesta ritual, y regalos a los necesitados.
Faltos de FE, herejes, Blasfemos, atreos e incrédulos les deseo una oscuridad perenne, quienes creemos en la luz, celebramos el nacimiento del sol, que ardan las hogueras, hemos muerto para renacer del fuego...
Natalis Solis Invicti