Prosa de los difuntos
Día será de ira y venganza
aquel que volverá el mundo en ceniza
y el fuego nuestra vana confianza
Y de ese ardor que tanto atemoriza,
testigos son David y la Eritea,
cuyo oráculo gracia solemniza.
Cuanto temor habrá cuando se vea
venir a escudriñar el juez tremendo
las causas en el mundo el tiempo emplea.
Esparcirá la trompa el son horrendo
por los sepulcros y con gran presteza
los muertos ante el trono irán trayendo.
Allí la muerte y la naturaleza
se pasmaran y, cuando al juez airado
habrá de responder nuestra flaqueza,
un libro escrito allí será sacado,
en el cual se contiene todo aquello
por donde el mundo habrá de ser juzgado.
Y cuando se asentare a tratar de ello
el justo juez, descubrirá lo oscuro
y no perdonara solo un cabello.
¿Qué diré entonces yo?, ¿qué amparo o muro?,
¿qué patrón hallare me defienda,
de él justo apenas estará seguro?
Inmenso de rey de majestad tremenda
que a que has de salvar salvas de gracia,
sálvame, haciendo que jamás te ofenda.
Acuérdate señor, hazme esta gracia,
que soy la causa por quien caminaste,
no me tome aquel día en tu desgracia.
Buscándome, cansado te asentare
y padeciendo en cruz me redimiste,
no se pierda el trabajo que tomaste.
Justo juez, ya que lo mas hiciste,
el perdón me concede que te pido
ante el día de la muerte triste.
Gimo y lloro, señor, que te he ofendido,
la grave culpa el rostro me colora,
perdona a quien te ruega arrepentido.
Tu, que absolviste a aquella pecadora
y con oír al buen ladrón, me has dado
la esperanza también que tengo ahora.
Mis ruegos no son dignos –bien mirado-,
pero por tu bondad haz que no sea
en el eterno fuego atormentado.
Haz que entre las obejas yo me vea
y apártame, señor, de los cabritos,
y que a tu diestra mano te posea.
Y échalos, convencidos los malditos
en el eterno fuego y flama ardiente,
llámame para ti con los benditos.
Suplico le devota y humildemente,
el corazón casi cenizas hecho,
que cuides de mi fin como clemente.
Y aquel día de llanto sin provecho
que cenizas, resucite el hombre,
cual reo a ser juzgado su derecho,
a este, para gloria de tu nombre,
perdona, ¿oh buen señor!, por tu clemencia,
y más del perdonar, que es tu nombre,
da le holganza eterna en tu presencia.