domingo, octubre 09, 2016

“El cilenio Hermes llamaba las almas (psychàs) de los pretendientes, teniendo en su mano la hermosa áurea vara con la cual adormece los ojos de cuantos quiere o despierta a los que duermen. Empleábala entonces para mover o guiar las almas y éstas le seguían profiriendo estridentes gritos. Como los murciélagos revolotean chillando en lo más hondo de una vasta gruta si alguno de ellos se separa del racimo colgado de la peña, pues se traban los unos con los otros, de la misma suerte las almas andaban chillando y el benéfico Hermes, que las precedía, llevábalas por lóbregos senderos. Traspusieron en primer lugar las corrientes del Océano y la roca de Léucade, después las puertas del Sol y el país de los Sueños y pronto llegaron a la pradera de asfódelos donde residen las almas (psychaí), que son imágenes de los difuntos (eídõla kamóntõn)”.
"Si la muerte es no ser, ya le hemos vencido una vez: el día en que nacimos", dice Savater la mar de bien. Dos precisiones: ya la hemos vencido una vez y de una vez para siempre, porque siempre habremos sido, como poco. Y la vencimos antes: el día en que fuimos concebidos, ya seres humanos únicos, irrepetibles
La niña y el Cid

Cuando en la épica o en los cantares de gesta se filtra un rayo lírico, qué luz, y cómo esta alumba las adustas sombras de lo macizo y férreo. Por ejemplo, en ese pasaje del Poema del Cid que tan hermosamente recreó Manuel Machado en su "Castilla". Con selección de Abelardo Linares y prólogo (un texto recuperado de 1985) de Felipe Benítez Reyes, Renacimiento acaba de publicar una antología del sevillano. En sus páginas 32-33, esa emoción que formaba parte de Alma, libro compuesto por textos escritos entre 1898 y 1900. 

Debe de ser de lo más antiguo que recuerdo del libro de lectura del colegio, y la que ahora sigue siendo niña -qué don, el de la poesía, que no le ha salido una sola cana- en aquel tiempo era, pálida y de ojos azules, mi coetánea. Pide al Campeador que por piedad siga su camino, que el rey castigará a su familia si se queda. Y lo hace con palabras que no quiero glosar por no empobrecerlas, resumidas en ese "¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!". Releyendo ahora el poema, las dos últimas estrofas me dejan otra vez y por un instante con nueve años en la Aneja, barrio de Nervión de Sevilla, descubriendo los placeres de leer:

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: "¡En marcha!".

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.

Casi tres lustros después -y la niña igual de joven y desamparada- me llegó un eco del mismo episodio en el Canto III de Ezra Pound, quien en 1906 estuvo en España y pasó por Medinaceli. Conocedor del viejo poema castellano (no sé si del de Machado), Pound nos pinta lo sucedido, y hace que "una niña de nueve años" (así en español entre los versos en lengua inglesa) le muestre al Cid el edicto del rey prohibiendo que se le socorra.

Eugenio Montes recordaba cómo en Italia, ya muy viejo Pound, este le preguntó: "¿Cantan aún los gallos del Cid al amanecer en Medinaceli?" Lo que yo oigo ahora, viniendo del hontanar profundo de la memoria más que de la página, son los versos de Machado bajo el sol ya de mediodía, ahora que me interno por mi tarde.
A veces la noche huele a un extraño sentimiento de miedo
estoy encerrado en una nada
y pienso demasiado en las dos salidas
que también se son entradas
pero enloquezco con el silencio
y busco a los demonios que tienen atada tu voz
a ese mal que te aprisiona y no deja hables conmigo,
tal vez si voy mas allá de los ríos de la muerte
y conquiste esos países
si derramo la sangre de mil dioses antiguos,
o es que tengo que pagar el sol,
matar dragones o sembrar estrellas en el cielo,
¿que es lo que necesitó?
¿cual magia, que don?
¿que milagro acompañara a mi voluntad?
irrompible queste,
mi promesa fue nunca dejar que nos alejáramos,
nunca dejar que nos perdiéramos,
y siempre acompañarte,
y que la vida me cobre eso
si es que pierdo que sea por la mejor
de de todas las causas.