sábado, abril 21, 2018

La educación literaria, activa en nosotros aquello que, en ciertas ocasiones, se niega o no puede despertar por medio del discurso racional. Muchas personas quisieran creer que la naturaleza humana es tan racional que no necesita sino palabras claras y números para entender las cosas y vivir feliz. Hay gente que no puede dialogar si no se le dan definiciones claras. Sin embargo, los que nos inclinamos a creer que somos por principio imperfectos, más bien propensos a ser irracionales, buscamos en la educación literaria un camino no sólo más agradable, sino accesible para aprender sobre nuestra propia naturaleza. Esto también lo podemos hacer con otras disciplinas artísticas, pero la educación literaria ofrece facilidades que parecen insuperables. Para leer fábulas, cuentos, mitos, novelas o poemas no necesitamos asistir a galerías, disponer de un horario, vestir de gala o comprar boleto de entrada, un libro basta; en cambio, todo acercamiento a la literatura exige de nosotros algo crucial: que impliquemos la totalidad de nuestro ser de tal modo que las ideas y las pasiones de sus líneas nos afecten, se hagan nuestras y nos permitan construir nuevos horizontes desde los que podamos ver al mundo con nuevos ojos.
Ayer fui malo,
un asesino,
perverso que disfruta sentir el calor de la sangre
mostrar sus cortadas,
que gusta del morbo de usar una cadena en la cama...
hoy fui más allá del mal,
fui la ingenuidad,
la locura,
la maldita soledad,
el imbécil...
una máscara sin forma ni color,
el adjetivo tirado que siempre se olvida,
hoy soy yo
signifique lo que signifique eso,
aunque nada de ello importe,
no puedo hacer mas
mi decepción e impotencia
pueden mas ya perdí y fracase,
ayer cuando fui el mal….


el poeta Sa‘īd ibn Ŷūdī de Elvira, prototipo del caballero árabe, donjuán empedernido, que se describe a sí mismo con los siguientes versos:
No hay cosas más agradables que:
beber del cuello de la botella,
dejando la copa en la bandeja;
la reconciliación tras los reproches
y enviar recados de amor con la mirada.
He recorrido, como corcel en carrera libre, el amor,
sin que los cambios de la suerte,
hayan frenado mi cabalgada.
No me ha doblegado la amenaza de la muerte en el combate,
como me ha doblegado el yugo del amor sobre mi cuello.

Y, sin embargo, es capaz de expresar también el amor cortés en su tópico del amado desconocido y adorado de forma beckeriana, como a Dios ante el altar:
Al oírte, el alma se me escapa del cuerpo
y mi corazón se consume de dolorosa tristeza.
He dado mi espíritu a YaGrafíahān y a su recuerdo,
aunque nunca la vi, ni me vio ella a mí tampoco.
Yo me considero ante su nombre, con los ojos en lágrimas,
como un monje que reza ante una imagen.