lunes, febrero 16, 2015

Desesperanza



¿Cuál noche de otoño perecí?
este sitio es muy peculiar y aun así en efecto muy usual,
una postal cualquiera boceto de mis lágrimas
ni mejora mi canto hasta la elegía
ahora directamente sobre la piedra inerme
el tiempo ha dispuesto el plan
de lo que va a escribir para el olvido,
esta bellísima casona junto al bosque,
jardines con esculturas, flores coloradas,
allí en medio del frio y nada más.

Pero era más que eso,
un mundo en  ese pantano al oeste,
donde las luciérnagas me invitaban 
a seguirles más allá del bosque,
fue sueño ayer, hoy es tierra
¡poco antes nada, y poco después humo!
y de destino  o ambiciones, no presumo
apenas camine al cerco que me cierra
menos me hospeda el cuerpo que me cubre
ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa y es y fue, con movimiento.

Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos,
trenzas morenas yo me muero, por tener
luz, amor, sed,
las perlas que el mar mezcla a sus aguas,
aves hechas de luz en los bosques sombríos
luciérnagas invitándome a pasar.

Sorpresa y emoción, como hiciste palpitar mi corazón,
la belleza y la muerte son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul que mirar
dos hermanas terribles a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma.
reposando en el pantano,
era la muerte y eras tú, era la muerte con tu rostro…

Blanca como la nieve, ojos de noche,
labios rojos como la sangre,
dos rostros;
el abismo divino florece en tus ojos,
y la blancura de tu vestido que abruma al romántico
amante de la luna,
más del cielo los dos sé que estamos muy cerca,
tú porque eres hermosa, yo porque soy mounstro.

Pero nada es hermoso para los de mi especie,
tronaron tus palabras sobre mí, sobre el mundo y el tiempo aciago
en el cual habito;
-tonto-
-vete no te quiero ver-
-no te quiero- no te quiero-


Era tu rostro y era la muerte en el mismo ser y debió ser verdad,
pues a nadie he amado como te amo a ti y a nadie más amo
como amo a la muerte, a quien nunca deje amar,
ninguna es mi principio pero si mi final,
te buscaba con ahínco
como buscaba los besos de la muerte
en mi lecho final.

Pero es que mi infortunio era peor que el de todos,
allí estando frente a ti,
burlonamente tu mirada me despreciaba
exiliándome al reino de los olvidados,
claramente expresabas que nadie me amara,
nadie me querrá,  que amor y cariño alguno no conseguiría
“mounstro maldito# gritabas entre canto macabro
y me dolía la muerte, me despojaba amor mío,
“no te quiero vete, no te quiero vete”,
repetías con fuerza y precisamente
al ritmo del canto de los grillos,
del aullido del lobo y del bosque que habla con el viento.

Era yo la nada en tus palabras, el silencio en mis oídos, eras tú,
mirándome en el crepúsculo de mí fe,
que se marchaba convertido en cuervo albo
listo para iniciar el vuelo,
en la noche que  tus alas robaron,
apagando las estrellas y extinguiendo el bosque,
los silencios y olvidos, me quedaba en la nada,
dueño de un abismo perpetuamente colmado de desesperanza,
mudo, SOLO, mirando como la muerte me abandonaba,
en mí, sin nada en este sitio, sin nombre que la muerte me llevo derrumbado.