martes, noviembre 28, 2017

Virgilio, en el Infierno, para convencer a Minos (si no recuerdo mal), le da esta definición del Cielo: "el lugar donde se puede lo que se quiere". Con independencia de la virtualidad argumentativa para Virgilio, y de la poética (porque Paolo y Francesca, pobres, han querido lo que no se puede), la definición tiene una gran fuerza didáctica, si se la lee a través del espejo. La tierra, para tener una vida celestial, ha de ser el lugar en el que uno quiere lo que puede, también Robert Smith lo definiría bien con su canción Just Like, Heaven. Sera que yo estoy en ese punto medio donde estoy donde puedo lo que quiero, pero lo que quiero no lo puedo... oh idílica contradicción, Virgiliana. pero he hallado  jardines escondidos en plazas donde el tiempo me permite estar en el cielo...
Vicente Huidobro y su canto II de Altazor me hicieron acordarme de usted







Mujer el mundo está amueblado por tus ojos
Se hace más alto el cielo en tu presencia
La tierra se prolonga de rosa en rosa
Y el aire se prolonga de paloma en paloma

Al irte dejas una estrella en tu sitio
5Dejas caer tus luces como el barco que pasa
Mientras te sigue mi canto embrujado
Como una serpiente fiel y melancólica
Y tú vuelves la cabeza detrás de algún astro
¿Qué combate se libra en el espacio?
10Esas lanzas de luz entre planetas
Reflejo de armaduras despiadadas
¿Qué estrella sanguinaria no quiere ceder el paso?
En dónde estás triste noctámbula
Dadora de infinito
15Que pasea en el bosque de los sueños
“Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima,
silencio que habla,
tempestades sin viento, mar sin olas,
pájaros presos, doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
otoño en un claro del bosque donde la luz canta en el hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo, puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea,
páramo”.
Con este poema titulado Tus Ojos, Octavio Paz realizó un homenaje a  ti claro
¿Qué es poesía? –dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía?
¿Y tú me lo preguntas? Poesía… eres tú.

Así dictaba la primera estrofa en una poesía de Bécquer, y es qué me pregunto ¿qué es la ciudad? Pues la ciudad eres tú, los detalles, las pequeñas cosas
Me quedo mirando el techo del salón mientras escucho a los Cure, nunca había estado tan feliz, nunca había estado tan sin mí. Me pregunta la canción sobre cuántos secretos puedo mantener, creo que mi problema es que no sé reconocerlos. Me empiezo a mirar las manos y me dan ganas de fumar. La poesía no me hace sentir más. La canciones tristes no son suficientemente tristes. Los recuerdos no son balas. Me codeo con gente que vive entre nubes, de los que hacen ejercicio para purificar el alma, se van de vinos los sábados y follan, al volver a casa, con la tele en mute. Yo no quiero esa mierda de vida vacía y ejemplar. Echo de menos llorar, sangrar, el hambre y el insomnio. Echo de menos la tranquilidad con la que se vive cuando te da igual morirte. Me canso de buscar resquicios de tristeza entre el techo y mis manos y acabo jodido por sentirme vacío por no estar triste. Debo ser gilipollas, pero joder, ¿qué hace alguien triste sin tristeza?.


La lluvia dice un nombre,
lo repite hasta formar un surco.

El mundo gira bajo la lluvia.


Presiento un tatuaje nuevo,
el símbolo de un sueño, indeleble.

Como una sangre nueva que se imprime
durante la noche, durante la lluvia
sobre nuestra piel.


Un misterio nos recorre,
adormece el horror del mundo.

Es como un cielo que retorna
desde lo más profundo del tiempo
a nuestro ser atosigado de dolor.


Todo retorna al principio:
las manos, el viento, los ojos,
los caminos. El miedo es un fantasma,
que se fortalece en el silencio,
en la espera de palabras no dichas,
de posibles nuevas lejanías.


Cuando deje de llover,
habrá pasado un milenio.

Entonces iré a buscar tu marca,
para imprimirla como un viaje sin retorno
justo sobre mi corazón.
El miedo se abrió lentamente, como una flor oscura,
penetró tus raíces,
abrió sus alas dentro de ti como un pájaro taciturno;
más tarde, se encerró en tu mariposa interior
y abrigó sus huevos opacos sobre el sueño retardado de la oruga,
sus crías apátridas se alimentan de las torpes marionetas que fabrican tus pasos.

Te recuerdo encanto;

No existe, no existe sólo es un falso fantasma cubierto con la sábana de los años.
Paz, hablar de eso, se puede? Es decir alguien como tu como yo podríamos tener paz,  o podríamos distinguirla, es un deseo que necesitamos, pero lo conseguiremos, no se a veces creo que el mundo nos mueve con el y su poderío nos arrastra en el evolutivo devenir del tiempo, será acaso sentir paz así, o podríamos haberla tenido y no la reconocimos, así como el día que llegue la reconoceremos será? no se divago ahora mismo que leo ¿paz? Yo no se si la conozca, no se si pueda reconocerla aunque conozco una extraña sensación, de tranquilidad de nada absoluta es como estar en lo blanco sin nada, que todo no importa ni ayer ni hoy o mañana nada existe y es horrorosa esa sensación.
 

Hay una pintura que no conocía en absoluto solo en foto, hasta que ponga un pie en el Museo de Orsay, siempre me impactó fue precisamente La jeune fille et la mort, de Marianne Stokes, una alegoría de La muerte y la doncella de Franz Schubert, que, a su vez, había trabajado aquí una variación del tema de la danza macabra medieval. Schubert trabajó el asunto primero en un Lied, en 1817, y después en el famoso cuarteto de cuerdas, en 1824. 

Ante la imagen ofrecida por Stokes, lo inevitable es una sensación desesperada, hasta cierto punto trágica, igualmente dulce: la muerte está ahí, no importa la belleza, la juventud, ni siquiera la probable alma buena de la doncella: ha llegado su tiempo, un tiempo impostergable, la mano del espectro lo reitera. Al parecer, Schubert había inspirado su Lied en un poema de Matthias Claudius, la adaptación de Schubert se titula La canción de la muerte:

Das Mädchen:
Vorüber! Ach, vorüber!
Geh, wilder Knochenmann!
Ich bin noch jung! Geh, lieber,
Und rühre mich nicht an.
Und rühre mich nicht an.
Der Tod:
Gib deine Hand, du schön und zart Gebild!
Bin Freund, und komme nicht, zu strafen.
Sei gutes Muts! ich bin nicht wild,
Sollst sanft in meinen Armen schlafen!
La doncella:
¡Pasa de mí!, !Oh, pasa de mí!
¡Vete, fiero esqueleto!
¡Aún soy joven! Vete, querido,
Y no me toques.
Y no me toques.
La muerte:
Dame tu mano, preciosa y tierna figura
Soy un amigo, y no he venido a castigar
Ten buen ánimo, no soy fiero
¡Delicada has de dormir en mis brazos!

Cuando volvo a verla, un par de veces más, meses después, la sensación inicial fue la misma: una tensión del tiempo, contraste entre lo efímero de la doncella y la eternidad de la muerte, pero algo había cambiado. Me di cuenta que, contrario a lo que parece, contrario al "contenido" mortífero del tema, la joven estaba a salvo, nunca sería tocada por la sombría figura. Es irónico el modo en que los cuadros más severos y serios, al escucharlos con cuidado, cambian de semblante: el cuadro en realidad se burla de nosotros, ambos: la muerte y la doncella son cómplices aquí, pues son eternos, o si no eternos, al menos mucho más longevos que nosotros, las obras de arte –al igual que los dioses– tienen una esperanza de vida cifrada en siglos y milenios, frente a ellos, nuestra vida es la que se pudre en un abrir y cerrar de ojos. Ante la imagen, probablemente, del otro lado del marco, la situación sea la misma y a la vez la opuesta. Son los espectadores los que están al borde de la muerte, no la doncella. Lo que me recuerda esto que dice Georges Didi-Huberman:

«Ante una imagen –tan antigua como sea–, el presente no deja jamás de reconfigurarse por poco que el desasimiento de la mirada no haya cedido del todo el lugar a la costumbre infatuada del "especialista". Ante una imagen –tan reciente, tan contemporánea como sea–, el pasado no cesa nunca de reconfigurarse, dado que esa imagen sólo deviene pensable en una construcción de la memoria, cuando no de la obsesión. En fin, ante una imagen, tenemos humildemente que reconocer lo siguiente: que probablemente ella nos sobrevivirá, que ante ellas somos el elemento frágil, el elemento de paso, y que ante nosotros ella es el elemento del futuro, el elemento de la duración. La imagen a menudo tiene más de memoria y más de porvenir que el ser que la mira.»