Epílogo, al poemario Voyage au bout de la nuit
Todas las historias de niños, comienzan alrededor del medio día, donde el sol es más brillante, es frecuente hallar en las historias de niños, sonrisas y felicidad, el dolor se termina con un beso de mama, las sonrisas llegan tan rápido como papa te abraza inclusive la abuela siempre estará a tu lado, porque para los niños, la muerte no existe. No siempre fue así, a veces se nos olvida que los niños son una creación reciente, antes no existían, no eran nada, tan así, que frecuentemente muchos niños no llegaban a mirar un amanecer, después de irse a dormir. Pero existen otros niños que nacen en las sombras y parece que les resulta imposible salir de ellas, no es necesariamente malo eso, pero nunca nadie los quiere… con el tiempo, mueren en vida y se hacen sombras que deambulan en las ciudades buscando el primer arrojo de cariño, y mendigan el amor que jamás tendrán, sintiéndose tristemente alegres de que un segundo sonrieron, para volver a encontrar el rumbo de su muerte. Hay lugares que suplican por un cuento gótico. Pasajes que se creen destinados a la oscuridad, en los que las sombras nunca llegan a materializarse. Sueñan con convertirse en el escenario de macabros crímenes o conjuras demoniacas, nunca se conformarían con un leve pecado carnal... y así esperan y esperan, limitándose a evocar un leve escalofrió en algún transeúnte sensible a estas suplicas...Míseros mortales que, semejantes a las hojas, ya se hallan florecientes y vigorosos comiendo los frutos de la tierra, ya se quedan exánimes y mueren.
En este viaje al final de la noche.