jueves, septiembre 22, 2005

Trabajo Doméstico


Cuan más bella era esa mujer, infinitos eran los cabellos oscuros que descendían por sus hombros y espalda; las preciosas curvas que se apreciaban en esas ropas entalladas. En mi mente una idea que pude contemplar: otro animal al que puedo domesticar. Me acerqué lentamente a ese ser. Hábilmente la engañé y utilicé la única arma para atraer el alma de las mujeres. Le prometí dinero y joyas, fue en ese mismo instante cuando aparecieron los vivos gozos: la avaricia característica de esas brujas, que me incitaron a seguir siendo travieso.

Fue así como el saco de maquillaje e histeria se mudó a mi casa, un momento feliz pues ya tenía otro utensilio de cocina, uno que trabaja a cambio de un poco de afecto. Pero me aburrí de ese animal de deshecho y conseguí otro espécimen, uno chiqueado y aún peor por ser más vanidoso y parlanchín; este espécimen utilizaba mi dinero en parafernalia personal y vanidades: utensilios inútiles de maquillaje y perfumes raros al igual que la extraña bisutería de chapa de oro que presumen a sus amigas. Estas mujeres son peligrosas, se deberían atar a la casa para que no se escaparan corriendo con el primer tipo de traje y auto que se les aparezca. Sin embargo, risa a carcajadas me dan cuando su ingenuidad es expuesta, esa ingenuidad que se podría comparar con estupidez al no saber que son deshecho y basura.

Es tan fácil conseguir la realización personal con una de esas damas de la vida fácil que, con el tiempo, son fáciles de domesticar.

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