Me gustaría, aunque sé que la
lectura de esta carta lo va a hacer difícil, tal vez imposible, y aunque suene
a eso tan manido, que siguiéramos siendo amigos. Lo hemos sido hasta ahora.
Nuestras almas, como en el soneto, de John Donne, "And now good morrow to
our waking soules", se atraen, se tocan. Es una lástima que no sólo de esa
alma vivamos, hay otras cosas, otros rincones oscuros, y tú lo sabes, aunque no
siempre quieras verlos, y en uno de ellos está tu deseo, agazapado,
probablemente incluso a tu pesar, tu deseo de una fumada. Tal vez algún día
consigas todo eso que te falta para que te sea posible competir con aquellos
que se pueden permitir tenerlas.
Bueno, la cosa es que, del
modo que sea, ya no encuentro la hora de volverte a ver.
No me conformo, no; me
desespero.
Ayer pensé en tí, además,
pensé lo bueno que sería yo si encontrara el camino hacia el durazno de tu
corazón; lo pronto que se acabaría la maldad a mi alma.
Por lo pronto, me puse a medir
el tamaño de mi cariño y dio tantos kilómetros por la vida. Es decir, de aquí a
donde tú estás. Ahí se acabó. Y es que tú eres el principio y fin de todas las
cosas.
Entre tanto, no olvides que
siempre podrás, como la canción, contar conmigo. No lo olvides.
Te quiere,
Oscar
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