A veces los poetas
estamos demasiado obsesionados
con los poemas y el verso intacto,
en la disyuntiva de procelosas palabras,
imágenes o metáforas.
¿Y no nos urge más
desentumecer el alma, adentrarnos
humildes en el prodigio
que es la vida -nuestra vida-
y su demora?
Por favor, guardemos los diccionarios,
y demos tregua a los libros.
Hemos de salir con más frecuencia
de nosotros mismos,
orearnos en renovados paisajes,
en cadencia de amor
que se derrama por labios y avenidas.
Y admiremos, contemplativos
de espiritual belleza,
esa plenitud que es la poesía
mucho antes de escribir nada.
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