"El caballero, en el antiguo sentido caballeresco, se hallaba
indisolublemente consagrado a su orden y era incapaz, fueren cuales
fueren las circunstancias, de dejar de ser un caballero. Había cosas que
había contraído el compromiso tácito de no hacer ni permitir. Ni él, ni
nadie en presencia suya, podía permitirse el ser cobarde, cruel, vil,
ingrato, obsceno o desleal. Así, el caballero, aunque siempre respetado,
era detestado a menudo. Desde luego, no era el más acomodaticio de los
compañeros, y los que no eran caballeros preferían no encontrarlo en su
camino."
George Santayana, El último puritano, I, 183. Cit. por
José Luis Villacañas en Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía en
España, 2000
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