“El cilenio Hermes llamaba las almas (psychàs) de los pretendientes,
teniendo en su mano la hermosa áurea vara con la cual adormece los ojos
de cuantos quiere o despierta a los que duermen. Empleábala entonces
para mover o guiar las almas y éstas le seguían profiriendo estridentes
gritos. Como los murciélagos revolotean chillando en lo más hondo de una
vasta gruta si alguno de ellos se separa del racimo colgado de la peña,
pues se traban los unos con los otros, de la misma suerte las almas
andaban chillando y el benéfico Hermes, que las precedía, llevábalas por
lóbregos senderos. Traspusieron en primer lugar las corrientes del
Océano y la roca de Léucade, después las puertas del Sol y el país de
los Sueños y pronto llegaron a la pradera de asfódelos donde residen las
almas (psychaí), que son imágenes de los difuntos (eídõla kamóntõn)”.
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