Siempre dudaba con el primer latigazo, su mano temblaba mientras
recorría el arco hacia atrás, pero cuando adelantaba su brazo para
golpear, ya estaba completamente firme. Era una trenza de cuero de casi
metro y medio con punta reforzada y hervida. No una simple fusta, un
verdadero látigo. El primer chasquido resonó y dejó una línea roja de
dolor llameante en su espalda.
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