Al salir de Vivar, Rodrigo Díaz tuvo la corneja a su diestra, y al
entrar en Burgos a su siniestra. A ras de tierra, hoy, el cantar de
gesto de asco y miedo, tan diferente al de gesta del Cid, de los
transeúntes.
De izquierda a derecha, y siniestra en cualquier caso,
la velocidad de una rata, negra, un trazo rápido de tiza en el negativo
de la claridad deslumbrante del día, su pizarra.
Casi rozando el pie, un instante. Visto y no visto. Fugaz, no deja de cruzar por la memoria.
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