No era Troya,
ni la batalla de Isso,
era la gran Tenochticlan
yo estuve ahí,
no era Alexandro domando persas,
ni Aquiles ganándose la inmortalidad,
tampoco fui un protector como Héctor
pero estaba vivo sentía el calor de la hermandad,
el valor de los campeones
junto al cero y la sangre que se derramo,
los días del sitió de la ciudad,
comí y bebí de ambos frentes
la sangre de Cristo,
la de Quetzalcoalt
formando con la carne de los mortales
un dragón católico
emplumado lleno mesianismo y fin de mundo
que abrazo a una mujer morena
llamándole madre
del nuevo pueblo que consumió
superstición y mitología,
exhumando un pequeño paraíso
donde los héroes no fueron
ni guerreros o caballeros,
fueron los fantasmas
que el tiempo cultivo
en la tierra prometida…
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