Los
versos vueltos a lo divino de los franciscanos y los carmelitas del
siglo XVI son deliciosos, pero no es un hallazgo técnico. En realidad,
conecta con la más íntima verdad de la lectura, que siempre vuelve a lo
íntimo lo que nos emociona, líricos reyes Midas. Un precedente bien
gracioso de los versos vueltos a lo personal lo ofrece el marqués de
Santillana en el "Villancico que hizo el marqués a tres hijas suyas".
Canta la segunda marquesita: "La niña que los amores ha / sola,
¿cómo dormirá?", que recoge la Pastorela de Airas Nunes: "quen amores
ha /¿cómo dormirá?". Pero qué maravillosas variantes, leves e
inagotables. El marqués, por boca de su hija, precisa: es la niña. Muy
bien. También precisa con "los" amores. Y sobre todo esa gozada del
"sola", tras la suspensión del cambio versal. Hay toda una sabiduría
elegante y juguetona. Si los amores son correspondidos y satisfechos, sí
que dormiría y bastante bien. El poema adquiere un tono conyugal
bastante claro, me parece, y de experiencia de la vida. El marqués
sonríe.
Y luego, el
delicioso poemita del Cancionero de Peraza: "Suspiró una señora / que yo
vi: / ¡ojalá fuese por mí!" Lo recoge Santillana para llorar por la
adolescencia irremediable de sus hijas: "Sospirando va la niña / en non
por mí, / que yo bien que lo entendí". No queda nada de la temblorosa
esperanza del de Peraza, sino una melancólica aceptación de las leyes de
la vida. El marqués se emociona.
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