Comenzaré por decir que creo hay tres modos de ver el mundo
artística o estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire.
Cuando se mira de rodillas -y ésta es la posición más antigua en
literatura-, se da a los personajes, a los héroes, una condición
superior a la condición humana, cuando menos a la condición del narrador
o del poeta. Así Homero atribuye a sus héroes condiciones que en modo
alguno tienen los hombres. Se crean, por decirlo así, seres superiores a
la naturaleza humana: dioses, semidioses y héroes. Hay una segunda
manera, que es mirar a los protagonistas novelescos como de nuestra
propia naturaleza, como si fueran nuestros hermanos, como si fuesen
ellos nosotros mismos, como si fuera el personaje un desdoblamiento de
nuestro yo, con nuestras mismas virtudes y nuestros mismos defectos.
Ésta es, indudablemente, la manera que más prospera. Esto es
Shakespeare, todo Shakespeare. Los celos de Otelo son los celos que
podría haber sufrido el autor, y las dudas de Hamlet, las dudas que
podría haber sufrido el autor. Los personajes, en este caso, son de la
misma naturaleza humana, ni más, ni menos que el que los crea: son una
realidad, la máxima verdad.
Y hay otra tercera manera, que es mirar al mundo desde un plano
superior, y considerar a los personajes de la trama como seres
inferiores al autor, con un punto de ironía. Los dioses se convierten en
personajes de sainete. Esta es una manera muy española, manera de
demiurgo, que no se cree en modo alguno hecho del mismo barro que sus
muñecos. Quevedo tiene esta manera. Cervantes, también. A pesar de la
grandeza de Don Quijote, Cervantes se cree más cabal y más cuerdo que él
y jamás se emociona con él. Esta manera es ya definitiva en Goya. Y
esta consideración es la que me llevó a dar un cambio en mi literatura y
a escribir los esperpentos, el género literario que yo bautizo con el
nombre de esperpentos.
Frente al arte italiano, creador de perfecciones y bellezas, buscador de
la suma en que se unen las notas que un individuo no puede presentar
nunca fundidas, idealista, en fin, (...) la estética española exalta el
supremo valor del individuo como tal (...) esta es la verdadera raíz de
nuestro realismo, palabra equívoca que también se ha empleado para
calificar cosas muy distintas. Mas no es el nuestro un realismo objetivo
y frío que refleja las cosas del mundo como pudiera reflejarlas un
espejo; este sería el realismo de los flamencos primitivos o de los
holandeses
La máxima expresión está plasmada en el Techo de los Polícromos de
Altamira; el efecto es único: los bisontes se acoplan perfectamente a
los relieves de la bóveda, ofreciéndones una visión en tres dimensiones
de los animales, con sus masas musculares sobresaliendo en auténtico
relieve bajando hacia nuestros ojos... en un realismo espectacular... es
como si el artista al llegar a la sala aún virgen hubiera
experimentado, permítasenos la comparación, la misma sensación que
Miguel Ángel ante el bloque de mármol donde estaba "encerrado" el David o el Moisés, él nada más tuvo que sacarlo al exterior
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