"Una
puerta no es igual a otra nunca: fijaos bien. Cada una tiene una vida
propia. Hablan con sus chirridos suaves o bruscos: gimen y se expresan,
en las largas noches de invierno, en las casas grandes y viejas, con
sacudidas y pequeñas detonaciones, cuyo sentido no comprendemos [...]
No hay dos puertas iguales: respetadlas todas. Yo siento una profunda veneración por ellas; porque sabed que hay un instante en nuestra vida, un instante único, supremo, en que detrás de una puerta que vamos a abrir está nuestra felicidad o nuestro infortunio".
(Azorín, Las confesiones de un pequeño filósofo, 1904).
No hay dos puertas iguales: respetadlas todas. Yo siento una profunda veneración por ellas; porque sabed que hay un instante en nuestra vida, un instante único, supremo, en que detrás de una puerta que vamos a abrir está nuestra felicidad o nuestro infortunio".
(Azorín, Las confesiones de un pequeño filósofo, 1904).
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