Languidece el animo del universo,
ante aquel espectáculo lastimero
desgarrador reflejo en los lagos;
un hombre de rostro ensangrentado y lívido,
cejijunto y sombrío y cuyos cabellos son serpientes,
en el momento de arrojarse sobre un puñal
sujeto en el suelo por la empuñadura,
sin tener a dónde huir. Correr, correr...
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