Cezanne
huía despavorido de sus homenajes. En cierta ocasión, unos amigos
quisieron hacerle un homenaje sorpresa. Cezanne les miró horrorizado y
echó a correr, literalmente, salió de la casa donde vivía y dejó un
cuadro inacabado. Huyó con lo puesto. ¿Sus amigos? Otros pintores.
Grandes pintores impresionistas, artistas con los que había compartido
varias exposiciones, personas que realmente lo apreciaban y lo
valoraban. Pero él los tachó de la lista, inmediatamente pensó que
le estaban tomando el pelo, que le gastaban una broma pesada. Les puso
una cruz y ya no quiso saber nada más de ellos. Les retiró la palabra.
También huyó de París. Volvió a su ciudad natal, a una pequeña ciudad de
provincias donde fue ignorado y después, cuando la fama de su éxito
llegó, fue atacado, fue rechazado, pues sus habitantes desconfiaban de
su éxito tanto como él mismo. Cezanne y sus vecinos de Aix en Provence
solo se ponían de acuerdo en una cosa: en la desconfianza.
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