Cuando llega la sombra que la muerte extiende ante ella como para
cerrarles los ojos, los pintores descubren que, aunque conocen la vejez,
su pintura no la conoce. Habían inventado su propio lenguaje y habían
aprendido más tarde a hablarlo: es el momento en el que parecen poder
transcribirlo todo.
Ocurre que ya no les sirve y, entonces,
quieren profundizar en su plenitud para enfrentarla a la fuerza de la
muerte como la habían enfrentado a la debilidad de la vida. La voz del
infinito se torna apremiante cuando adopta el timbre fúnebre…
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