lunes, abril 06, 2015

Caricias

Solos.

En la oscuridad de la habitación, ambos estamos notoriamente nerviosos.

Desearía que esta noche jamás terminara.

Por fin, después de tantos años, podemos estar juntos. Podemos estar en nuestro hogar. Ojala nunca se termine este pequeño momento de mi vida, que llamo felicidad.

Observo con cuidado alrededor, fingiendo sorpresa e interés… No puedo creerlo, estamos finalmente en nuestra casa, en nuestro hogar, donde ambos pasaremos muchos años juntos… Hasta donde nuestro Para siempre dure.

Después de un momento que se me hace eterno, le miro a los ojos.

Caray…. Es tan guapo. No puedo evitarlo. Me he enamorado otra vez.

Esos ojos verdes… Su hermoso cabello negro rebelde… Su piel tan pálida… ¡Y esas jodidas pecas!

¿Por qué Dios me bendijo con semejante adonis? A veces creo que, es una compensación por las cosas malas que me han hecho a lo largo de mi vida, aunque desearía que no fuera eso y sólo fuera el hecho de que él se enamoró de mí y yo de él. Así de sencillo.

Me mira intensamente a los ojos. Siento cómo mis mejillas comienzan a cosquillearme y mis orejas están ardiéndome… ¡Caray! Mi cuerpo me delatará. Siempre lo hace cuando estoy cerca de él. Desvió un poco mi mirada y un movimiento casi imperceptible me roba la atención… Él está jugando distraídamente con el inicio de su saco.

¡Tan lindo!

Le miro de pronto divertida, y no puedo creer que me mire de esa forma: ansiosa, deseosa y feliz; mientras que saca sus nervios jugando con su camisa. Es tan adorable…

Trago saliva sonoramente y él me mira sorprendido.

-¿Pa-Pasa algo?-carraspea.
-Nada, no pasa nada.
-¿Segura?-ahora está dubitativo.
-De verdad…-dijo entre risas.- No estés tan nervioso.
-Mira quien habla… El sonrojo andando.
-¡Calla!

Ambos nos quedamos en silencio por unos segundos, y después rompemos a carcajadas… por eso, me case con él… Puedo ser yo misma, reír a carcajadas sabiendo que a él también le causarán risa… Dormir en toda la cama, mientras él dormirá en un pedacito de ella y aun así me abrazará… Por esas y muchas razones más me casé con él.

Con mi marido.

Me toma de las manos y me conduce a nuestra cama. Nos acostamos y nos miramos en silencio. Siempre amé  observarlo en silencio, y más cuando estaba dormido… Es el único momento en el que él, el León de la selva de asfalto, baja la guardia y sólo es un lindo gatito. Él me observa, cómo lo hace cuando ve al cielo; jamás he entendido porqué me mira con ese interés, esa felicidad y aquel bello brillo en sus ojos verdes… Dice que soy su única estrella en el firmamento…

-¿Estás nerviosa?- me murmura.
-Sólo un poco. ¿Tú?
-También…-se queda en silencio y agrega.-Pese a que hemos estado juntos por mucho tiempo, hemos dormido en la misma cama y…-se queda en silencio y ambos nos abochornamos.-… Es raro, pues ahora que eres…. Mi esposa.- sus ojos brillan.-… Me siento  nervioso.

Creo que es lo único que necesito escuchar.

Pues, desde hace algunos años conozco a este joven bohemio. Desde hace algunos años nos hicimos amigos y pasados algunos; nos enamoramos. Ahora, que somos marido y mujer, sé que al igual que cuando inicio nuestra relación de amigos, las palabras salen sobrando.

Él y yo; nos entendemos de miles de formas.

Hablando.

Riendo.

Llorando…

Pero, de la mejor forma en que él me conoce, donde yo lo conozco y en donde ambos tenemos una sincronización perfecta; es cuando no hay palabras de por medio. Así qué he decidido hacer a un lado las palabras y dejar que mi cuerpo hable por mí.

Expresarle mi amor, de la forma más pura y única en la cual siempre lo haré.

Sin darme cuenta cómo, y sin ordenárselo aun a mi cerebro; mi cuerpo se mueve por su propia cuenta. Cómo sin en realidad supiera que es lo que tiene y debe de hacer. Él me ve sorprendido y algo asustado por lo que vaya yo a hacer. Le sonrió para tranquilizarlo, eso siempre ha funcionado. Y, como predije; funciona. Se relaja y se acuesta bien en la cama. Coloco mis piernas a cada lado de sus costados y me ve con curiosidad y a la vez, con ansia de saber qué pasará. A veces, puede ser más ingenuo que yo. Me inclino sobre él y beso con delicadeza sus labios finos y cálidos. Mi corazón late a una velocidad inverosímil, que puedo jurar que él puede escucharlo sonar.
Pero no es así. Él está absorto en el beso que le acabo de dar. Tanto él como yo; nos entregamos en cuerpo y mente cuando estamos juntos.

Le sigo besando ahora con un poco más de ímpetu, mientras mis manos pequeñas y morenas, tratan de desabotonar el saco y camisa de su traje. Él se da cuenta de mis movimientos torpes y me ayuda un poco, mientras me besa con mayor pasión.

Siento arder mi sangre con necesidad de sentirlo cada vez más… La ropa de nuestra boda, comienza a estorbarnos cada vez más… Sobre todo a mí y el mugroso vestido.

Él en un acto desesperado, se gira y ahora quedo yo acostada en la cama.

-¿Pasa algo?-digo agitada.
-¿Puedo desgarrar tu maldito vestido?
-¡Oye!-me sonrojo furiosamente.- ¡Debo de guardarlo!
-¿Por qué?-dice con voz ronca.

Excitante.

-Porque… ¿Es un recuerdo?
-Bueno…-dice quitándose saco, camisa y playera.- ¿No lo vas a volver a usar, verdad?
-Eh…-miro a otro lado con nerviosismo.- Pues… ¿No?
-¿Entonces?-cuestiona.- No te hará falta amor. Así qué…Con tu permiso.

Así como era de tranquilo… También podía ser muy pasional. Sabía cuándo y cómo sacar todas esas emociones y deseos que él tenía guardados dentro de sí. Sin embargo… Me había cabreado un poco el hecho de que rompiera mi vestido de bodas. Se da cuenta de mi molestia y me desarma por completo: Se lame los labios con cuidado y sensualidad desbordando.

Maldito. Sabe cómo hacerme perder mis corajes. Después me cobraría eso…

Poco a poco la ropa paso a segundo plano. Y ambos quedamos completamente desnudos. Podía admirar anonadada a mi marido y jamás encontrar porqué lo amaba tanto... Así cómo él me miraba con esa devoción. Nuestros ojos se toparon y nos observamos unos minutos… Iniciamos con nuestra danza pasional y disfrutamos del placer y la maravilla que era amarse. Paso el tiempo y ambos nos encontrábamos ahí, en nuestro hogar, desnudos en cuerpo y alma, entregándonos por completo al otro.

No sabía sí era un sueño, una realidad… O qué. Sólo deseaba que nuestro para siempre durara lo más que se pudiera.

Sin palabras. Sólo caricias.

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