Solos.
En la oscuridad de la habitación, ambos estamos notoriamente nerviosos.
Desearía que esta noche jamás terminara.
Por
fin, después de tantos años, podemos estar juntos. Podemos estar en
nuestro hogar. Ojala nunca se termine este pequeño momento de mi vida,
que llamo felicidad.
Observo con cuidado alrededor, fingiendo
sorpresa e interés… No puedo creerlo, estamos finalmente en nuestra
casa, en nuestro hogar, donde ambos pasaremos muchos años juntos… Hasta
donde nuestro Para siempre dure.
Después de un momento que se me hace eterno, le miro a los ojos.
Caray…. Es tan guapo. No puedo evitarlo. Me he enamorado otra vez.
Esos ojos verdes… Su hermoso cabello negro rebelde… Su piel tan pálida… ¡Y esas jodidas pecas!
¿Por
qué Dios me bendijo con semejante adonis? A veces creo que, es una
compensación por las cosas malas que me han hecho a lo largo de mi vida,
aunque desearía que no fuera eso y sólo fuera el hecho de que él se
enamoró de mí y yo de él. Así de sencillo.
Me mira intensamente a
los ojos. Siento cómo mis mejillas comienzan a cosquillearme y mis
orejas están ardiéndome… ¡Caray! Mi cuerpo me delatará. Siempre lo hace
cuando estoy cerca de él. Desvió un poco mi mirada y un movimiento casi
imperceptible me roba la atención… Él está jugando distraídamente con el
inicio de su saco.
¡Tan lindo!
Le miro de pronto
divertida, y no puedo creer que me mire de esa forma: ansiosa, deseosa y
feliz; mientras que saca sus nervios jugando con su camisa. Es tan
adorable…
Trago saliva sonoramente y él me mira sorprendido.
-¿Pa-Pasa algo?-carraspea.
-Nada, no pasa nada.
-¿Segura?-ahora está dubitativo.
-De verdad…-dijo entre risas.- No estés tan nervioso.
-Mira quien habla… El sonrojo andando.
-¡Calla!
Ambos
nos quedamos en silencio por unos segundos, y después rompemos a
carcajadas… por eso, me case con él… Puedo ser yo misma, reír a
carcajadas sabiendo que a él también le causarán risa… Dormir en toda la
cama, mientras él dormirá en un pedacito de ella y aun así me abrazará…
Por esas y muchas razones más me casé con él.
Con mi marido.
Me
toma de las manos y me conduce a nuestra cama. Nos acostamos y nos
miramos en silencio. Siempre amé observarlo en silencio, y más cuando
estaba dormido… Es el único momento en el que él, el León de la selva de
asfalto, baja la guardia y sólo es un lindo gatito. Él me observa, cómo
lo hace cuando ve al cielo; jamás he entendido porqué me mira con ese
interés, esa felicidad y aquel bello brillo en sus ojos verdes… Dice que
soy su única estrella en el firmamento…
-¿Estás nerviosa?- me murmura.
-Sólo un poco. ¿Tú?
-También…-se
queda en silencio y agrega.-Pese a que hemos estado juntos por mucho
tiempo, hemos dormido en la misma cama y…-se queda en silencio y ambos
nos abochornamos.-… Es raro, pues ahora que eres…. Mi esposa.- sus ojos
brillan.-… Me siento nervioso.
Creo que es lo único que necesito escuchar.
Pues,
desde hace algunos años conozco a este joven bohemio. Desde hace
algunos años nos hicimos amigos y pasados algunos; nos enamoramos.
Ahora, que somos marido y mujer, sé que al igual que cuando inicio
nuestra relación de amigos, las palabras salen sobrando.
Él y yo; nos entendemos de miles de formas.
Hablando.
Riendo.
Llorando…
Pero,
de la mejor forma en que él me conoce, donde yo lo conozco y en donde
ambos tenemos una sincronización perfecta; es cuando no hay palabras de por medio. Así qué he decidido hacer a un lado las palabras y dejar que mi cuerpo hable por mí.
Expresarle mi amor, de la forma más pura y única en la cual siempre lo haré.
Sin
darme cuenta cómo, y sin ordenárselo aun a mi cerebro; mi cuerpo se
mueve por su propia cuenta. Cómo sin en realidad supiera que es lo que
tiene y debe de hacer. Él me ve sorprendido y algo asustado por lo que
vaya yo a hacer. Le sonrió para tranquilizarlo, eso siempre ha
funcionado. Y, como predije; funciona. Se relaja y se acuesta bien en la
cama. Coloco mis piernas a cada lado de sus costados y me ve con
curiosidad y a la vez, con ansia de saber qué pasará. A veces, puede ser
más ingenuo que yo. Me inclino sobre él y beso con delicadeza sus
labios finos y cálidos. Mi corazón late a una velocidad inverosímil, que
puedo jurar que él puede escucharlo sonar.
Pero no es así. Él está
absorto en el beso que le acabo de dar. Tanto él como yo; nos entregamos
en cuerpo y mente cuando estamos juntos.
Le sigo besando ahora
con un poco más de ímpetu, mientras mis manos pequeñas y morenas, tratan
de desabotonar el saco y camisa de su traje. Él se da cuenta de mis
movimientos torpes y me ayuda un poco, mientras me besa con mayor
pasión.
Siento arder mi sangre con necesidad de sentirlo cada vez
más… La ropa de nuestra boda, comienza a estorbarnos cada vez más…
Sobre todo a mí y el mugroso vestido.
Él en un acto desesperado, se gira y ahora quedo yo acostada en la cama.
-¿Pasa algo?-digo agitada.
-¿Puedo desgarrar tu maldito vestido?
-¡Oye!-me sonrojo furiosamente.- ¡Debo de guardarlo!
-¿Por qué?-dice con voz ronca.
Excitante.
-Porque… ¿Es un recuerdo?
-Bueno…-dice quitándose saco, camisa y playera.- ¿No lo vas a volver a usar, verdad?
-Eh…-miro a otro lado con nerviosismo.- Pues… ¿No?
-¿Entonces?-cuestiona.- No te hará falta amor. Así qué…Con tu permiso.
Así
como era de tranquilo… También podía ser muy pasional. Sabía cuándo y
cómo sacar todas esas emociones y deseos que él tenía guardados dentro
de sí. Sin embargo… Me había cabreado un poco el hecho de que rompiera
mi vestido de bodas. Se da cuenta de mi molestia y me desarma por
completo: Se lame los labios con cuidado y sensualidad desbordando.
Maldito. Sabe cómo hacerme perder mis corajes. Después me cobraría eso…
Poco
a poco la ropa paso a segundo plano. Y ambos quedamos completamente
desnudos. Podía admirar anonadada a mi marido y jamás encontrar porqué
lo amaba tanto... Así cómo él me miraba con esa devoción. Nuestros ojos
se toparon y nos observamos unos minutos… Iniciamos con nuestra danza
pasional y disfrutamos del placer y la maravilla que era amarse. Paso el
tiempo y ambos nos encontrábamos ahí, en nuestro hogar, desnudos en
cuerpo y alma, entregándonos por completo al otro.
No sabía sí era un sueño, una realidad… O qué. Sólo deseaba que nuestro para siempre durara lo más que se pudiera.
Sin palabras. Sólo caricias.
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