Cipreses quemados en el fósforo de la sílaba, esqueletos jugando con la
bola de estambre del gato obsceno, ataúdes que entierran lágrimas en las
pupilas de las aceras; orejas que oyen al ojo, gritar ecos de muerte:
piernas envueltas en ardientes fogones, dedos mutilados ante la navaja
de la sociedad, agujeros negros en la muela que rebalsan la taza de té,
rodillas agazapadas en la pensión del glúteo; noches, noches, noches y
más noches, que se estrellan en la madrugada; aldaba erótica, aldaba que
rompe en llanto y escupe balas de sus poros; senos de escopeta y muslos
envueltos en sábanas; caderas pintadas en escudos y cintura amarrada al
blues de los bardos. ─Estoy perdido, buscando una solución al
resquebrajamiento de mi espíritu: ¿qué es lo que florece en la cuna de
los versos?, ¿qué es lo que surge como daga de mis labios?, ¿qué es lo
que te mata cuando te muestras?, tú me lo dirás muerte. Mientras tanto,
entre golpes y trallazos: letras, sílabas, abecedarios, palabras de
quebranto y elegías que perturban el manso caudal del poema; raudales
que acompañan al poeta maldecido, grilletes que diseccionan los
escombros de aquel que pensó diferente. Allá en la pradera: zarzas
bebiendo el licor tiznado de los árboles, girasoles que mueren en manos
de abejas tatuadas, venados que gritan como espectros: ¡ya no
existimos!; tortugas que llevan en sus lomos el sinsabor del colmillo
afilado de la injusticia, conejos que ya ni saltan, sino que se ahorcan
en el árbol más cercano; todo esto, parece una película de ciencia
ficción; sin embargo, es la caótica realidad en la que los peces saben a
petróleo y el agua a putrefacción estancada. Todo esto, es lo que
pienso del ataúd que arrastro en mis ojos; ¡perdóname poesía, por usarte
en el caos que sufre mi amada alma!
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