A la persona deprimida no se le vé como un ser que realmente sufre, sino
como un wey que, estando en la cima de su productividad laboral, no
hace nada porque prefiere vivir inmerso en un mundo de fantasmas
inventados por él mismo. Y así, no tiene sentido lo que hace, siente o
dice padecer: sufre porque quiere, porque le resulta cómodo, porque le
gusta fastidiar
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